Esta
semana hubo dos ferias en Buenos Aires; la Feria Masticar Buenos Aires donde
uno podía ir y encontrarse con Narda Lepes, Fernando Trocca,
Tommy Perlberger y como dice su aviso, comer, probar, oler, compartir, conocer y aprender.
Hasta te podías sacar una foto con Narda Lepes y probar alguna de sus
exquisiteces. La feria fue un éxito, afortunadamente no fui. Ni se me ocurrió
ir. No comparto esas pasiones porteñas de hacer una cola de media cuadra para
comer un postre de Narda o, como en la Noche de los Museos, recorrer
desaforadamente en pocas horas diez museos, hacer colas y pisotearse para salir
no teniendo claro si Fortunato Lacámera pintó La Gioconda o si Lino Spilimbergo
pintaba o hacía unos alcauciles braseados para chuparse los dedos. La
proximidad y profusión de eventos masivos puede llevar a confusiones
antiestéticas.
Otra
“feria”, de muy distinto cariz e impredecibles implicancias fue La semana del
aneurisma de aorta abdominal donde gracias al “desinteresado” auspicio
educativo de una industria fabricante de equipos de diagnóstico, expertos
cirujanos (expertos en y ávidos por operar, seguramente) te proponían darte una
vuelta por el Hospital de Clínicas y con una simple pasadita de ecógrafo,
podrían diagnosticarte un aneurisma de aorta abdominal y “salvarte la vida” en
breve pero no menos emotiva ceremonia. Ceremonia que implica abrirte la panza y
restaurarte tu aorta enferma o bien, entrar con un catéter por una arteria de
la ingle y ponerle una mallita, una especie de camisetita, un poco más compleja,
aunque bastante más cara, a tu aorta, para que no se vaya a hacer la loca y
dejarte de a pie justo en el momento en que podías disfrutar de tu jubilación
de mil pesos yéndote con la patrona al Caribe.
Gilbert
Welch en su muy bien escrito libro “Sobrediagnosticado:
enfermando a la gente persiguiendo la salud” dice:
“Los
médicos, son cada vez más hábiles de ver más y más lo que significa que ellos
encontrarán cada vez más anormalidades que significan menos y menos. El
problema es claramente relevante en la medicina clínica, particularmente cuando
la severidad de una condición es definida por su tamaño. Los aneurismas de
aorta abdominal son un clásico ejemplo de este fenómeno”
Un
aneurisma es una dilatación de una arteria, que se estira, que se debilita y
que dependiendo de la dimensión de estos trastornos puede llegar a romperse,
provocar una dramática pérdida de sangre y causar la muerte. Un aneurisma
grande tiene un alto riesgo de ruptura, un aneurisma pequeño tiene un pequeño
riesgo de ruptura.
Antes
los médicos detectaban los aneurismas palpando la panza y su capacidad de
detección dependía obviamente de muchos factores como la habilidad y las ganas
de encontrar aneurismas del galeno y el tamaño de la panza del paciente entre
otras cosas.
Con
el advenimiento de los chiches diagnósticos que bien usados pueden ser muy
útiles y mal usados pueden ser tan peligrosos como un mono con una navaja, la
posibilidad de diagnosticar “cosas” aumentó exponencialmente. Exagerando un
poco la cosa, uno puede llegar a leerle la mente a las células y saber qué
travesuras están dispuestas a hacer. Lo que no decimos es que las intenciones
de las células muchas veces son mucho más inocuas que el entusiasmo de los
médicos. Estas habilidades diagnósticas muchas veces residen en un aparato
extremadamente sensible (un ecógrafo, un tomógrafo un resonador magnético) en
hábiles manos capaces de sacarle el jugo al chiche, pero que si (estas hábiles
manos) son extremidades de un cerebro poco adaptado, como no es raro encontrar,
pueden llegar a causar estragos.
Los
aneurismas de la aorta abdominal son fácilmente detectados y medidos por un
ecógrafo. En un estudio se confrontó la habilidad médica de la palpación con el
examen ecográfico en una población de 201 hombres con riesgo aumentado de tener
tal aneurisma. Las manos exploradoras encontraron cinco mientras que
los ecógrafos detectaron dieciocho. De estos trece aneurismas que fueron
detectados por el ecógrafo y no por la mano (dieciocho menos cinco me da trece)
uno era mayor de cinco centímetros, cuatro medían de 4 a 5 centímetros y ocho
eran pequeños (menores de 4 centímetros).
La
mayoría (90 por ciento) de los aneurismas detectados son de tamaño menor que el
recomendado para operarse. Entonces, dice Welch “…cuanto más usamos tecnologías
avanzadas de imágenes encontramos cada vez más-pero lo que encontramos son
anormalidades más pequeñas. Los pacientes nuevamente diagnosticados tienen el
riesgo más bajo de tener problemas- y el riesgo de sobrediagnóstico es cada vez
más alto.
Ya
expliqué en otros pasajes qué era sobrediagnóstico. Lo repito brevemente:
sobrediagnosticar es encontrar problemas que nunca le causarán nada al paciente
excepto tener la preocupación de haberse diagnosticado ese “problema”. Problema
que si no iba a modificarle su vida, le creamos, los médicos al paciente.
Con
la detección “al paso” como se propone desde tan sublime institución, de
aneurismas de aorta abdominal, es mucho más probable que le demos la “Bienvenida
al Club de los Aneurismas” a muchos individuos que empezarán a ver una espada
desenvainada sobre su impía cabeza. Una espada de Damocles, un aneurisma
dispuesto a estallarle en pleno crucero caribeño. Aclaro que es una ironía,
puesto que probablemente quienes expongan su pancita a los ecógrafos y
ecografistas deben estar más preocupados por llegar a fin de mes que por
contratar un crucerito en el Caribe y muy seguramente no tendrán un médico en
serio que se ocupe de hacerlos dejar de fumar, bajarles la presión y el azúcar
y rogarles que caminen un poquito; maniobras seguramente menos peligrosas que
andar buscando con aparatitos catástrofes potenciales. Honrosa excepción a esta ley de que los pobres la pasan peor, la de
la tiroides de nuestra señora Presidenta a la que le entraron a sangre y fuego
para desalojarla de su cuello en una clara y entusiasta maniobra
sobrediagnosticadora (léanse mis notas ad hoc).
¿Es
recomendable buscar aneurismas de aorta abdominal? Sí, lo es. Pero no al que
pasa, ve luz y entra sino a poblaciones seleccionada en base a sexo (hombres)
edad (mayores de 65 años) y hábitos (que hayan fumado).
Si
los galenos entusiastas del otrora prestigioso Hospital de Clínicas tomaron
esas precauciones, es decir si se lo hicieron solo a los hombres, mayores de 65
y que fuman o habían fumado. Esta boca no es mía, apago la PC y no escribo más.
Ellos habrán aumentado su habilidades quirúrgicas, la industria de la
tecnología habrá vendido más ecógrafos y algunos de sus operados (solo algunos
y nunca sabremos cuáles) habrán salvado su vida. Pero si como sospecho, porque
conozco a mis colegas como si los hubiera parido a todos y porque ya me enteré
por esos otros galenos mediáticos, que hablan de todo en los programas radiales
y dicen barbaridades, porque jamás ven un paciente, que le hicieron ecografía a las mujeres
también… si eso ocurrió:
- Los galenos abusando de su poder diagnóstico enfermaron gente.
- Los galenos, por su picardía diagnóstica operarán (y aprenderán a operar) mucho más y muchos más que jamás se habrían enterado de la fatalidad de su aneurisma.
- Los vendedores de equipos sofisticados (léase ecógrafos) que seguramente pagaron la propaganda y los sanguchitos del cóctel del Triple AAA se harán su propia fiesta porque los llamarán de pueblos de la Argentina Profunda algún intendente de generosa mano y les comprará un ecógrafo en lugar de darles de comer a los chicos, abrigarlos y educarlos.
Un
consejo: si le gustan las aglomeraciones y las cosas masivas y está entre ir a
ver quince museos en una noche, hacer cola para comer un canapé o pasar por un
consultorio médico que hace mucha propaganda. No lo dude, intoxíquese de arte o
haga una hora de cola para comer un canapé de Narda Lepes. Saldrá mucho más contento y con mucho menos
riesgo, no espere que lo acompañe, pero si ve alguna tartita rica acuérdese de
mí y comparta, no sea glotón.
La
Argentina tiene un sistema de salud caótico, fundamentalmente en manos de
políticos y sindicalistas que jamás leyeron un libro de salud pero que huelen
una coima con la habilidad de un perro labrador entrenado.
Es
en estas campañas paroxísticas, irracionales y desarticuladas que aparecen del
día a la noche donde suele verse este caos. Pero muy pocos lo ven.
Cuando,
en mi casa, a la tardecita, me pongo a escribir, escucho la radio. Es un buen
método para saber que no tengo un aneurisma abdominal ni cerebral (los hay
también en el cerebro y ya aparecerá algún “Albert Schweitzer” ofreciendo
encontrarlos). Si lo tuviera, me habría reventado mil veces al escuchar las
bestialidades de estos galenos que no ven pacientes, que tienen una boca enorme
y que le llenan la cabeza a la gente.
Ahora,
estoy por escuchar un programita de radio donde, entre otras consignas
estúpidas para pasar el rato, un “fitoterapeuta” nos expondrá su ciencia. Y
ya mismo cambio de estación de radio porque este estúpido que empieza su
programita a las nueve, no conforme con la fitoterapia, nos va a asustar a todos con la esclerosis múltiple y
la distrofia muscular progresiva y mañana todos vamos a tener alguna de las
dos.
Como
decía Inodoro Pereyra o su perro Mendieta ¡Qué lo parió!