sábado, 12 de diciembre de 2020

Escupiendo para arriba y arruinando la vida de los otros

Recientemente un nuevo protocolo, el test de saliva,  tan inútil como distorsivo, como distractor de recursos, como irrealizable, se sumó a la ya larga lista de protocolos (suena serio llamar protocolos a estas fantochadas) que nuestras iluminadas autoridades impusieron, vociferaron, mal utilizaron y luego abandonaron, entre otros, recordemos:

  1. La cuarentena más larga del mundo

  2. Un año escolar perdido

  3. Los hoteles para viajeros al principio

  4. Los voluntarios que irían a asistir a los ancianos pagándoles sus facturas, haciéndoles las compras, etcétera

  5. La internación de los positivos asintomáticos y los casos leves en grupos de bajo riesgo

  6. Un ridículo protocolo para runners

  7. Diferentes aplicaciones inteligentes

  8. Unas pistolas para medir la temperatura que no sirvieron para nada

Rápidamente, tomamos la delantera, mostramos gráficos que nos ponían entre los países más exitosos del mundo en la lucha contra el virus, criticamos a Suecia y cuestionamos la seriedad de científicos como Johan Giesecke, uno de los más importantes epidemiólogos suecos, por decir que “en la Argentina van a haber 15 mil muertos”.

El trasnochado gobernador de Buenos Aires, la provincia limítrofe que nos declaró la guerra, habló recientemente de cuarentena previa para quienes deseen pasar las fiestas con sus familiares mayores y desde este martes, quienes ingresan a la Ciudad deben hacerse un test de saliva para determinar si tienen coronavirus. Esto incluye a los visitantes del interior o de países limítrofes, pero también a cualquier residente que regrese a la Ciudad después de un viaje de más de 72 horas a cualquier punto a más de 150 kilómetros de distancia. Como, por ejemplo, todos los que se fueron a la costa aprovechando el fin de semana largo. Pero, ¿cómo saber quién se fue de la Ciudad para hacerle el test? Un test, además, poco sensible y con una estrategia de implementación y de interpretación fallida. 

Si venís en avión o tren, pan comido, porque los puntos son pocos. Si entrás en auto, la cosa se complica, estás obligado a “comparecer” en un punto de testeo dentro de las 24 horas. Si no vas, el Gobierno de la Ciudad, no escatimará recursos, te detectará, te avisará y hasta te multará:

“En cualquier caso, si las autoridades verifican que alguien ingresó a la Ciudad y no realizó el testeo, podrán aplicarle las sanciones previstas por el Decreto de Necesidad y Urgencia N° 2/20, publicado el 26 de marzo. Allí se fijan multas de 500 a 3.700 unidades fijas (entre $10.700 y $79.180) para quien omita el cumplimiento de las normas relacionadas con la prevención de las enfermedades transmisibles.”

Es decir, un nuevo dislate, una nueva sandez sin posibilidades de éxito alguna, un excelente protocolo para no poder cumplir, para no poder rastrear, para no verificar nada, sin sentido por donde se lo mire, pero que saldrá muy caro, que distraerá más recursos, que a algunos les permitirá hacer su negocito, que no servirá para nada, excepto para eso, para el negocito oportunista, para aumentar la pobreza distrayendo más recursos y para que las autoridades se luzcan por “hacer” por no dormir, por velar paternalísticamente por su población, comprándonos un helado si nos portamos bien y haciéndonos chas chas en la cola si no cumplimos con sus sabios consejos. De paso, nuevos cuellos de botella, nuevos aglomeramientos de gente haciendo colas para escupir: escupir para arriba. 

Hoy tenemos 40.606 muertos, se equivocó Giesecke, poco serio; con 895 muertos por millón de habitantes, ingresamos a los top ten. Seguramente destruimos la economía, creamos una pobreza formidable, aumentamos la mortalidad por otras causas, aumentamos la violencia doméstica, la delincuencia, creamos nuevos delincuentes desesperados porque desapareció la changa diaria, empoderamos farsantes, charlatanes, políticos que hacen su veranito y su campaña. 

De la pobreza y la degradación y sus impactos a mediano plazo nunca se habló: nunca se habló del elevadísimo costo de oportunidad  que pagamos por confiar en la cintura, la inteligencia y la creatividad de funcionarios y asesores vernáculos. Ni se hablará.  

El argumento de: si no hubiésemos hecho lo que hicimos, todo habría sido mucho peor, hoy suena bastante débil, a menos que una, vez más, pensemos que el SARS-COV-2 tampoco tolera nuestra brillantez, nuestro éxito innato y se ensañe especialmente con nosotros. Los suecos, alguna vez dijeron “a la larga, los números van a ser todos más o menos parejos”. Les dijimos de todo, nuevamente nos sentimos discriminados por nuestro ángel, por nuestro nosequé por ese queseyó de las callecitas de Buenos Aires.

Sin ser epidemiólogo, sin ser experto, sin leer demasiado de estos temas que agobian y no conducen a nada, creo que en algún momento, como ocurrió y está ocurriendo en el mundo, se vendrá el rebrote.

¿Qué regalitos nos prepararán nuestras autoridades omniscientes para el rebrote? ¿Qué inventos nuevos tendrán? ¿Con qué nuevos protocolos y “apps” nos sorprenderán? 

¿Seguiremos con protocolos, con galimatías interminables que nadie entiende, nadie puede ejecutar, nadie puede cumplir?

¿Y si en lugar de seguir inventando, sacando ases de la manga que resultan ser cuatros de copas, preguntamos, o de última imitamos, a los que les salieron mejor las cosas? 

¿Seguiremos escupiendo para arriba; arruinándonos la vida?



lunes, 7 de diciembre de 2020

A un periodista: a propósito de la muerte de Maradona

Soy Carlos García, médico, Jefe del Departamento de Atención Ambulatoria del Hospital Italiano de Buenos Aires y me tomo el atrevimiento de enviarle este extenso WhatsApp, por no disponer de su email. El mío es carlos.garcia@hospitalitaliano.org.ar y estoy a su disposición.

Quisiera que el periodismo sea más explícito cuando habla de mala praxis en el caso Maradona, no haciendo más que "echar leña al fuego" agraviando y levantando polémicas y sospechas sin conocimientos.

La mala praxis médica implica impericia, es decir, hacer algo para lo que uno no está capacitado, imprudencia, es decir cometer una insensatez en un tratamiento médico o negligencia, es decir dejar de hacer lo que uno debería hacer.

Maradona era, vox populi, un hombre gravemente enfermo, con una miocardiopatía dilatada, alcohólico, drogadicto y polimedicado. Su adherencia a los regímenes es hartamente probable que haya sido muy pobre; escuché que recibía una larga lista de medicamentos sin embargo no escuché ningún medicamento específico para el tratamiento de la insuficiencia cardíaca congestiva; medicamentos esenciales para la supervivencia como son los bloqueantes beta, los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina y los diuréticos. Seguramente los tendría prescritos pero dadas las características derivadas de su propia patología, es harto probable que su cumplimiento haya sido más que deficiente.

El tratamiento de una miocardiopatía dilatada requiere un monitoreo estrecho, la adherencia extrema al tratamiento y la observancia de un estilo de vida muy estricto: ¿Es honesto, cargar todas las tintas sobre un médico en un paciente que muy probablemente no haya sido capaz no solo de cumplir un tratamiento médico sino de abstenerse de transgresiones que en él serían el pan nuestro de cada día?

Un paciente como Maradona debería ser manejado por un equipo multidisciplinario y el cumplimiento de su tratamiento depende en gran parte del paciente mismo. El “manejo” de Maradona seguramente era imposible, un oxímoron, precisamente porque era una persona “inmanejable”.

Deberían ustedes, además, saber que en la asistencia médica de todo individuo prima un principio de autonomía, es decir, no se lo puede obligar a hacer lo que no quiere; existe además una garantía de confidencialidad, la garantía de que la información personal sea protegida para que no sea divulgada sin consentimiento de la persona; principio que implica que los médicos no podemos revelar situaciones de los pacientes sin su explícita autorización, de manera que el médico no tenía potestad para denunciar o revelar actos de negligencia del propio paciente. 

Creo que al hablar de mala praxis, una vez más culpabilizan, estigmatizan, imputan a la ligera, linchan a un hombre sin siquiera saber qué es mala praxis médica, desconociendo o desestimando las características del paciente, los principios médicos, los principios éticos de su tratamiento y las posibilidades de su adherencia, cargando las tintas sobre una, solo una variable: la responsabilidad médica, la responsabilidad de un profesional que, como todo su entorno, debería tener poquísima ascendencia en un hombre que, víctima de las drogas y el alcohol, entre otras cosas, vivió una vida descarriada.

Mi observación no es una mera defensa corporativa. Estoy harto de escuchar "médicos periodistas" irresponsables, ni médicos ni periodistas, y de atender casos que fueron irresponsablemente tratados; no es, repito, un caso de “encubrimiento corporativo”, es que pienso realmente que la responsabilidad médica en este caso es remota, diría nula; que gran parte de la responsabilidad sino toda, fue del propio Maradona, dadas sus características y que se hace periodismo irresponsable levantando dudas y polémicas en un caso harto mediático. Yo diría que esto sí es mala praxis periodística toda vez que no se documentan lo necesario y levantan polémicas para mantener viva la llama del sensacionalismo. No documentarse debidamente es negligencia, es no hacer lo que deberían hacer. Al menos sería bueno que no agravien, que no levanten irresponsablemente sospechas infundadas. 

Saludos y a sus órdenes.




sábado, 30 de mayo de 2020

Algo muy grave va a sucederle a este pueblo

En la pandemia de 1918 murieron 50 millones de individuos de los mil ochocientos millones que pisaban la tierra; en 1957 había 600 casos semanales de gripe asiática en Gran Bretaña; la pandemia, que terminó a fines de ese año, causó alrededor de 1 millón de muertes en un mundo habitado por unos dos mil ochocientos millones de almas; la subsecuente “gripe de Hong Kong” en 1968, causada por el virus de influenza H3N2, se llevó puestas, entre 1 y 4 millones de vidas en un mundo de una población de 3 mil quinientos millones. Esos virus en general mataban gente más joven.

Sin embargo no había cuarentenas, los colegios no cerraban, no se paraba el mundo ni un montón de políticos histéricos asesorados por “pseudo científicos, pseudo epidemiólogos” desquiciados y excitados por su verano de popularidad se erigían en los cancerberos de la salud mundial. 

“Hoy lo que importa es la salud, no la economía” vocifera nuestro presidente y responde irascible y admonitorio ante cualquier pregunta periodística que pueda llegar a cuestionar mínimamente sus convicciones sopladas en la oreja por un consejo de sabios de última hora e ilustradores de gráficos erróneos, con convicción de “políticas de estado”. Siempre con falacias, que cierran la boca de su circunstancial interlocutor al que por otra parte, tampoco se le ocurre nada ni tiene derecho a réplica.

Los programas radiales están infestados de opinólogos de facto, cualquiera es científico, cualquiera héroe, cualquiera policía; la Argentina como siempre llena de iluminación y preclaridad, llena de institutos de sabios, llena de científicos que un dia “logran” secuenciar el virus, “logran” fotografiar el virus, ensayan promisorios tratamientos con plasma; nos comparamos con Suecia, y superamos a Estados Unidos.

Una vez más, le recuperamos las Malvinas a los ingleses, les metemos un gol con la mano, ponemos a Messi a hacer goles y clavamos un Papa en el Vaticano:  como ya nuestro pretencioso himno anticipaba: coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir; como bien dijo don Duhalde, estamos condenados al éxito.

Como si fotografiar un virus no fuera hoy, en 2020, casi tan fácil como tomarse una selfie; comos si secuenciar un virus no fuera una simple receta de cocina, con casi la misma complejidad que una radiografía de tórax; como si estudiar los efectos del plasma de convalecientes no fuera un estudio cuyo diseño, cuyo número de participantes y cuya complejidad no fueran una quimera más, aparte de sus ya débiles resultados en otros estudios; como si conseguir plasma de convalecientes, seleccionar a los candidatos, implementar la logística e inyectarlo desde Ushuaia a La Quiaca,  fuera coser y cantar.

En las radios no se habla de otra cosa; se cuentan los infectados día a día, las muertes día a día, los “pronósticos del pico” cada vez son más la zanahoria delante del burro. Hay farsantes que se dicen científicos y no los son, académicos y no lo son y médicos que hace años que no tocan un paciente y solo se dedican a vender vacunas o dietas mientras “filósofos” de voz engolada se flagelan y meditan en voz alta.

Mientras tanto: se destruye la economía, se habla histéricamente de testear y testear y testear y para arruinar más la cosas, se interna a los casos leves ocupando camas preciosas que aparte podrían ser ocupadas por los enfermos de otra cosa, que de golpe y porrazo desaparecieron de las guardias: no hay más infartos, ni accidentes cerebro-vasculares, ni nada; se curaron de golpe ¡A los contactos que atrapamos con un medio mundo… se los aísla en hoteles! La villas-miseria, devenidas en “asentamientos vulnerables" son rodeadas por las autoridades, al febril se lo aísla, se “buscan” sus contactos, como si fuera posible encontrar todos los contactos y los contactos de los contactos. El Estado provee (promete sin poder siquiera cumplir la décima parte) voluntarios para todo, para atender 0800, para ir a hacerte las compras, para acompañarte, para tomarte la temperatura, para salir corriendo tras los contactos, para acompañarte si estás triste, para cantarte al pie de la cama en los geriátricos o para llevarte preso si andás por la calle respirando aire sin autorización. Los pseudo-científicos se toman fotos en Olivos emulando a los presidentes del G-20.

"Primero la salud, luego vendrá la economía; no priorizaremos al FMI por encima de la vida de los argentinos, lo que importa es la salud". Falacia tras falacia. 

A la población se la trata como a niños que se portan bien mientras sus padres fueron al cine y se quedaron con la tía; se les regala un chocolate y se los manda a la casa dándole palmaditas por su encomiable madurez, responsabilidad y sentido social. Se puede sacar a pasear al perro pero no a los niños; podés sacar a tu niño una vuelta de una hora o dos vueltas de media hora o cuatro de quince minutos si tu documento termina en número par, no podés andar al aire libre, donde es difícil que se contagie el coronavirus. 

Cada cama de hospital ocupada en tonterías (en casos leves) es una cama no ocupada en no tonterías; cada barbijo que se usa y se descarta podría ser un plato de comida o un cuaderno, cada punto de pobreza que se crea matará mucha más gente que la que “salvarán” estos mesías, estos “biodictadores”, estos farsantes, estos periodistas ignorantes que todos los días primero nos cuentan los muertos y luego nos hablan de la temperatura y al rato llaman por teléfono a los Stalin de turno y a los científicos de moda.

Los bares y restaurantes no existen: sus dueños no pueden pagar el alquiler, sus cocineros, sus meseros que viven del día a día, no tienen más día ni día. Los empleados en negro que te lavaban el auto y que vivían literalmente de los pocos mangos que se hacían en el día, deben estar muertos; no se vende combustible, los miles de viajeros no pueden hacerlo, los aviones parados, las compañías quebrando diariamente, sus empleados desesperadamente entrando en la pobreza, el “Estado” imprimiendo guita a mil por hora, como si imprimir guita en Argentina no tuviera consecuencias. 

Descubrimos de un día para el otro que los geriátricos no cumplen con las normas internacionales y nos rasgamos las vestiduras por los viejos, devenidos en “abuelitos” o “adultos mayores” que tienen la suerte de terminar un calvario de sombras y olor a sopa mezclado con pis a los 97 años, en lugar de a los 98 por “la dolosa negligencia de sus dueños” descubierta de un día para el otro..

La pobreza creada día a día, mata y matará por muchos años más, mucha, mucha, mucha más gente que el virus, si lo dejáramos solito, hacer su trabajo, asimilarse y desaparecer como el del 19, el del 57, el del 68 o el del 2002,

Al pobre, al indigente pauperizado que vive hacinado en los “asentamientos vulnerables” le aconsejamos: “# Quedate en casa”; imbéciles periodistas aguzan su imaginación invitándote a ordenar el placard, a pintar una vieja mesita de luz, a hacer pan con los niños, a retomar “la vincularidad” o a encontrar el tapabocas escondido, mientras testeamos para identificar contactos, como si pudiéramos, como si fuera posible, como si tuviéramos recursos para hacerlo. 

Mientras destruimos segundo a segundo la economía, la moral, la autoestima, el trabajo, el futuro y la vida de muchos. Escuchando en conferencias de prensa a los que inconscientemente soñaron con ser dictadores… y hoy lo son. 

Algo muy grave va a suceder en este pueblo. Un cuento de Gabriel García Márquez empieza cuando una vieja (hoy abuela o adulta mayor) dice “—No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.” y el rumor luego se convierte en pánico y el pánico lleva a la gente a incendiar el pueblo y “huyen como un éxodo de guerra” …” y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
—Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.”

El mundo está detenido, por una sola… sí, por una sola enfermedad y millones de estúpidos pretenciosos. 

Algo muy grave va a sucederle a este mundo. 

Referencias

Ilya Pestov: Coronavirus: a Dangerous Illusion of Mortality

Mark Honigsbaum: The art of medicine. Revisiting the 1957 and 1968 pandemics. The Lancet, May 25, 2020

Effectiveness of convalescent plasma therapy in severe COVID-19 patients

"Algo muy grave va a suceder en este pueblo" Un cuento de Gabriel García Márquez

El triunfo de la muerte. 1562 - 1563. Óleo sobre tabla, 117 x 162 cm. Sala 025 - Museo del Prado