Caronte,
el barquero de Hades, era el encargado de llevar los difuntos
recientes al más allá cruzando el río Aqueronte. Había que
pagarle el viaje con una moneda “a voluntad del viajero”. No
obstante si el viajero no podía pagar, el barquero de Hades lo
cruzaba igual pero luego tenía que vagar cien años por las orillas
del Aqueronte.
Por
esa razón, en la antigua Grecia, los cadáveres eran enterrados con
una moneda bajo la lengua.
Right
Care Alliance es una colaboración entre profesionales de la salud y
grupos de la comunidad que busca frenar una nefasta tendencia:
incrementar los costos médicos sin incrementar los beneficios para
los pacientes.
Efraín
llegó a mi consulta hace un par de años, un conocido arquitecto de
84 años profesor de diseño y urbanismo, casado con Hebe, una
hermosa mujer de ojos tan celestes como el Atlántico y un cabello
tan plateado como la plata misma, actriz.
Nuestras
consultas iban de la arquitectura a los emplazamientos urbanos, de
las villas y la gentrificación al escenario y a fotos en blanco y
negro que muestran a Hebe en sus mejores momentos escénicos, que
aún continúan aunque cada vez son menos.
Hebe,
de unos 60 y pico, es muy sana; Efraín tenía de
todo; artrosis por todas partes consecuencia de muchas obras y mucho andar a la intemperie, una aorta enferma y un agotamiento
permanente producto de fallos potencialmente favorables de juicios
que nunca llegarían a cobrar y varios hijos y entenados ruidosos y
conflictivos producto de una vida apasionada que incluyó varias
mujeres, algunas simultáneas, todas reconocidas aunque no tan
agradecidas, vaya a saber por qué.
No
pocas veces estas consultas terminaban en su casa, en la mía o en
algún restaurante porteño. Siempre he reconocido que no siendo
canadiense, ni suizo, ni anglo-sajón, me meto con los pacientes hasta
la coronilla y para los suspicaces, la mayoría de esos pacientes con
quienes me involucro, no son artistas plásticos, ni ingenieros de
sonido ni dramaturgos, aunque también aclaro que los prefiero
artistas plásticos, ingenieros de sonido o dramaturgos a políticos
o sindicalistas, por cuestiones de estética, de ética y de sensibilidad, digamos.
Las
consultas con Efraín y Hebe eran verdaderas “intervenciones
familiares”.
En
pacientes como Efraín, cuya vida patrimonial no está muy ordenada y
cuyo desorden puede ser más perjudicial a Tirios que a Troyanos…
“me mando a fondo”, intervengo, si siento que algo justo puedo hacer.
Es
decir, me expido, saco trapitos al sol, aun a riesgo de salir
escaldado, como el gato.
No
pocas veces en la consulta y a boca de jarro le decía a Efraín,
para gran alivio de Hebe: “Efraín, si usted se muere mañana ¿Qué
pasa con Hebe?
Es
increíble como para la gente ese “mañana” es decir, el día de
la partida, el día del gran viaje, el día del cruce del Aqueronte,
no está casi nunca en su visión; es más bien un futuro lejano,
impredecible, impensable, del que, por supuesto, es mejor no hablar, porque "nadie se muere en la víspera, decían mis tías esquivándole al tema de la muerte.
Ese "mañana", comenzó hace unos 45 días cuando en una consulta
vespertina Efraín me relató un cansancio inusual al que se sumó
una auscultación de los pulmones muy alterada que me llevó a
ordenarle una radiografía en el momento y esperarlo luego de la
misma.
Pocos
minutos después, Efraín sentado enfrente de mí, abro la imagen en
la computadora (el ordenador), maravillas de la tecnología y veo lo
que minutos después le estaba comentando a la primera neumonóloga
que me atendió el interno de la sección… una radiografía
“horrible” que revelaba múltiples y diseminados nodulillos en
ambos pulmones a los que comúnmente rotulamos de infiltrado “miliar”
por su similitud con los granos de mijo.
Y
decir “miliar” en la jerga médica, inmediatamente trae a la mente
del experto dos “scripts”, dos estructuras mentales que se adaptan a
nuestros conocimientos y permiten darle significado a una nueva
situación. Un trueno, a las siete de la tarde de un día de calor
insoportable nos llevará casi inmediatamente a “lluvia” un
script, un análisis diagonal que explica una consecuencia probable,
un diagnóstico probable.
Decir
radiografía y decir “miliar” llevará a la mente de cualquier
médico, experto , dos “scripts”, tuberculosis y cáncer.
En
mi charla telefónica a distancia con la neumonóloga que me atendió
mirando simultáneamente la misma radiografía que miraba yo, otra maravilla que nos
permite la tecnología, discutimos un protocolo de estudio de Efraín
considerando ambas probabilidades.
Efraín
resultó tener un ganglio sobre su clavícula izquierda, sugestivo de
metástasis y fácilmente accesible por una aguja que obtendría
material para un patólogo que diría que Efraín tenía un
adenocarcinoma, una forma de cáncer de pulmón, que en este caso,
además estaba altamente diseminado.
Efraín
decía en las consultas no dar un paso sin mi consejo.
La
próxima consulta fue una mañana en la que dediqué específicamente
el tiempo que Efraín y su caso requerían, es decir una mañana en
la que no tenía que atender otros pacientes.
Qué
tengo y qué debo hacer fueron las preguntas de Efraín.
Y
conociendo a Efraín, conociendo a Hebe, conociendo su contexto y sus
apremios, en palabras cuidadosamente seleccionadas y reflexivamente
suavizadas le dije que tenía cáncer, y que yo no intentaría
tratamiento alguno excepto aquellos tratamientos destinados a mejorar
su confort y atenuar su padecimiento y que trate de utilizar las
fuerzas en estar tranquilo y por sobre todas las cosas… ordenar su
vida.
Fue
la última vez que los vi.
Cinco
días después cuando los llamé por teléfono para saber cómo
estaba, otros “scripts” otros esquemas mentales rápidos, me
llevaron a un nuevo escenario. En principio tardé en comunicarme
cuando en otras oportunidades y ante otras circunstancias la
comunicación era más que fluida y la accesibilidad extrema.
Cuando
finalmente parece que a Hebe no le quedó otra que responderme, un
tono lacónico y distante me trajo el “script” del caso: de héroe
había pasado a villano, les había soltado la mano, los había
condenado a un fin sin esperanzas. Nada de eso fue dicho, todo eso
fue script; lo único que me dijo Hebe es que al día siguiente
empezaba la quimioterapia.
Les
deseé mucha suerte y les dije que cuenten conmigo si me necesitaban,
sabiendo que no iban a contar conmigo y que preferirían no
necesitarme.
La
consulta del oncólogo, también era lacónica:
“Paciente
con cáncer de pulmón, debe iniciar quimioterapia con carboplatino-pemetrexed tiene ganas de lucharla" (SIC).
Efraín
tenía un cáncer de pulmón con metástasis en casi todo el cuerpo; abdomen, peritoneo, hígado y glándulas suprarrenales.
Ya
a esta altura, considerando la extensión de su cáncer, sus 84 años,
su vida y sus “otras” enfermedades, solo me quedaba averiguar
algunas cosas:
¿Cuánto
podría ofrecerle el tratamiento, es decir cuánto podría alargar su
vida?
¿A
qué costo para Efraín?
¿A
qué costo para el sistema?
Es decir, cuántos recursos se iban a destinar a Efraín a expensas de otros. Porque cada vez que se gasta en algo, se deja de gastar en algo.
Es decir, cuántos recursos se iban a destinar a Efraín a expensas de otros. Porque cada vez que se gasta en algo, se deja de gastar en algo.
Los
resultados “estadísticamente significativos” de los tratamientos
oncológicos rayan en la ridiculez. Decir “estadísticamente
significativo” (contra no hacerlo) es hablar de algunos días más
de de vida (20, 30, 40 días, por ejemplo).
El
costo de esta extensión de la expectativa de vida está pobremente
compensado por una dudosa “calidad de vida”. No me digan que al calvario de un
anciano que tiene que hacerse no menos de seis sesiones de “quimio”
con sus trámites, con sus viajes, con sus autorizaciones, con sus
brazos lacerados por pinchazos, con días de lluvia y taxis
imposibles en un Buenos Aires cada vez más congestionado puede llamársele calidad de vida.
Como
en el juego de la generala a los dados: tachame la doble y tachame la
generala también, es decir poca esperanza por el tratamiento y alto
costo para Efraín.
Como
Columbo, ese detective desaliñado de la policía de Los Ángeles
encarnado por Peter Falk que acosaba a los homicidas esperándolos
sentado en el zaguán de sus casas con “una pregunta más”, “solo
una curiosidad”, “nada importante”, me hice dos preguntas más:
¿Cuánto
saldrá el pemetrexed?
¿Cuánto
se usa en promedio en cada tratamiento?
En
números redondos la ampolla de 500 mg sale entre 2 mil y 3 mil
quinientos dólares. Se realizan unos seis ciclos, es
decir entre 12 y 21 mil dólares por tratamiento, solo de
pemetrexed, a los que hay que agregarles otros medicamentos,
análisis, internaciones por complicaciones, estudios, consultas,
otros estudios.
Una
neumonía, una infección de sus pulmones atestados de cáncer se lo
llevó después de la primera dosis de pemetrexed, pero Efraín se comió varios días de
internación en terapia intensiva, varias tomografías, una
intubación, respiración artificial y muchos antibióticos que de
nada servirían.
El
ser humano cada vez vive más, sus últimos meses y no pocas veces,
años, cada vez son peores y cada vez más caros. Los recursos que
dilapidamos en empeorarles la vida a todos, es decir a los pacientes,
a los familiares, a los médicos y a cuanto tipo se cruce, son
enormes y se los sustraemos a misiones mucho más “costo
efectivas”.
Con
morfina, música, unas fotos familiares y una moneda para Caronte, yo
hubiera ayudado a Efraín a cruzar el Aqueronte con dignidad y
bienestar.
Y
sin embargo, no entendemos, insistimos con prolongar la vida, en
caernos aferrándonos del mantel, con mucho ruido y muchas cosas
rotas.
La
moneda que los oncólogos ponen debajo de la lengua de los
moribundos, sale un poco más cara.
José Benlliure, La barca de Caronte, 1909, Museo de Bellas Artes de Valencia.