sábado, 27 de agosto de 2022
Insitir con los barbijos: la entelequia contumaz e inútil
martes, 15 de febrero de 2022
Eos y la vitamina D
Con mucho
menos de lo que pienso, me calificarían de misógino a la vuelta de la esquina.
Si dijera
que odio los asados de hombres por sus chistes perogrullescos, con doble
sentido y muy frecuentemente misóginos u homófobos, su exceso de deportes, y
porque las manadas de hombres se comportan de una forma tan predecible como tonta
y que les pondría una bomba y saldría corriendo, ellos no dudarían en decirme:
está bien puto, no vengas más. La sociedad culta en cambio, seguramente no me
diría andrógino, ni violento; tendría unos cuantos votos a favor.
Si dijera
que no pocas consultas de mujeres de clase media alta para arriba, por encima
de los 60 me causan alergia, y que desearía tener un botón que abriera el piso
donde está la silla de mi hiperpreventiva señora que me dice todo lo que le
debo hacer en nombre de la prevención, seguramente me dirían misógino y
violento.
Pues bien,
si sentirme muy incómodo con esas cantinelas y desear que, como dice la letra
de “Ojalá” de Silvio Rodríguez:
Ojalá se te
acabe la mirada constante
La palara precisa, la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora, un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto, para no verte siempre
En todos los segundos, en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones
Si sentir
esto es misoginia o violencia. Pido perdón.
Hemos
hablado años de medicina basada en la evidencia, de cuidados médicos
gerenciados; ahora, empezamos a hablar de toma compartida de decisiones, de
práctica centrada en el paciente, de perspectiva del paciente y su familia y de
cuidados de salud basados en el valor (CSBV).
En otra de
nuestras cruzadas en pos de los cuidados de salud más eficientes, algunos
interesados empezaremos a hablar de valor y lo definiremos como:
La creación de valor implica la
optimización plena de todos los resultados generados, e implica los
resultados que importan al paciente, tanto en calidad de los servicios como en satisfacción percibida y los costos incurridos a lo largo de toda esa travesía. El valor crece toda vez que los costos de lograr los mismos o mejores resultados bajan.
Y verán esta fórmula:
El gran
problema, la gran brecha que existe en esta fórmula, es que muchas veces, los
pacientes, y lamentablemente también no pocos colegas, perciben como valor al desperdicio, es decir a las
prácticas fútiles que no solo no mejoran, sino que hacen perder tiempo, sacar
conclusiones erróneas y gastar mucho más “en nombre de la prevención”. La
vitamina D, es un ejemplo tan de moda como paradigmático.
Un 80 por
ciento de los estudios que ordeno no los haría. Ninguna determinación de
vitamina D de las que ordené en los últimos años, pasó por mi cabeza. Me la
insuflaron.
Y no me
rotulen de misógino: voy a hablar pésimo de la vitamina D, en el caso de que la
vitamina D se auto perciba como femenina y no me pida que le llamen “le
vitamine D” o que me digan machista por llamarle 25-hidroxi-colecalciferol, caso
flagrante de masculinización inapropiada.
Pues ahora,
estoy cansado de las mujeres sesentonas y de la vitamina D.
¿Por qué
las mujeres? Porque muchas más llegan a ancianas, porque no pocas hacen de la
medicina su agenda, porque unas cuantas escuchan la radio a la mañana, porque
te imponen los análisis que les impuso el chanta mediático de turno o el
periodista indocumentado o el colega indocumentado o “untado” … y porque encima,
cuando expresás tus conocimientos (no digo tu “opinión” sino tus conocimientos)
… no te creen.
Salgan a
las confiterías de Palermo, de Recoleta, de Almagro, de Caballito a las seis de
la tarde y miren quiénes son los clientes: todas señoras bien arregladas.
Acérquense a una mesa y traten de escuchar sin ser percibidos unos diez
minutos: apuesto a que a los pocos minutos escucharán dermatólogo, o vitamina
D, o densitometría o agua mineral o fibras.
El costo
obsceno de la cantidad de determinaciones plasmáticas de vitamina D que se
hicieron en los últimos 5 años le daría de comer, o de vestir o de leer a unos
cuantos de esos niñitos que andan descalzos, con los pañales pesados de pis,
con el cuerpo negro de mugre, con hermanitos abriéndote la puerta en los
supermercados.
La cantidad
de frascos de vitamina D que se han tomado nuestras Eos, las que nacen de la
mañana, las de dedos de rosa, serviría para abrir y mantener unos cuantos
colegios.
Se puso de
moda, nos la metieron por las narices e hicieron que ahora, descubramos que a
nuestras madres y a nuestras abuelas que ya viven más de 80 años: les falta
vitamina D.
Querida
Eos: no sirve para saber cómo estás, sus niveles plasmáticos no hablan de cómo
estás, ni de si te falta ni de si tienes que tomar un frasco cada tanto o unas
gotas por semana y ni siquiera se han identificado condiciones que se corrijan
ni vidas útiles que se alarguen por tomar vitamina D.
Hemos
destruido valor, hemos aumentado los costos para nada.
Amo la
práctica de la medicina, la amé toda la vida, pero a ésta, a la medicina de las
radios, de una pésimamente entendida “prevención” y a las señoras que vienen a
pontificarme sobre qué es la prevención y qué estudios les debo hacer a ellas y
también, por qué no, a sus maridos: a esa medicina la tiraría por la ventana, y
si se considera mujer, le pediría el divorcio.
Referencias
https://www.uspreventiveservicestaskforce.org/uspstf/recommendation/vitamin-d-deficiency-screening
domingo, 23 de enero de 2022
El uno para otro
Era su primera consulta, había venido con su marido, pero éste se tuvo que ir.
Marcela
Rosatti*, es una señora de 62 años muy bien cuidada y vestida, con esas
minifaldas que se permiten las sesentonas cuando, luego de las vacaciones, el
sol y las abundantes cremas humectantes compradas en los free shops del viaje a
Dominicana, Puerto Rico o Brasil, las hace sentirse atractivas.
Yo
frecuentemente los saludo y abro el juego de la consulta con mi muletilla:
“Bueno, como dicen los jóvenes: ¿qué onda?”
La señora
hace la introducción, en general vienen por algún problema puntual de salud,
recomendados por algún allegado o simplemente porque quieren empezar el año
haciendo buena letra y teniendo un médico de cabecera, alguien que se haga
cargo de su salud. Esto último busca Marcela.
Hecha esta
introducción, les pregunto si me permiten hacerles algunas preguntas y, como un
oficial escribiente de comisaría “les tomo declaración”, me meto en su
biografía.
A los diez
minutos tengo un panorama bastante amplio de sus vidas, sus condiciones y su
medicación:
Nacida el 12 de enero
de 1958, hija de Alfonso, fallecido de cáncer de pulmón a los 51 años en 1982 y
Veglia Anna Andreucci fallecida a los 80 de cáncer mama, luego de haber tenido
cuando era mucho más joven “un cáncer que se lo curó un cura”.
Una hermana, Fiorella, 1954: hipotiroidismo, casada, tiene cuatro hijos vive en Buenos Aires.
Marcela está casada con Mario Andrés Maraglino 1957, quien padeció una leucemia mieloide aguda en 1992 (dice que remitió sola), ingeniero industrial.
Escribana, recientemente retirada del Ministerio Público .
Trabaja con su marido en empresa de diseño industrial en la que también trabajan todos sus hijos:
Franco, nacido en 1990 es su primer hijo; es adoptivo, estudia ingeniería como su padre adoptivo, vive con Anabella, que estudia psicología. Franco tuvo, en 2016, un linfoma de cuello que fue tratado y curado con tratamiento quimioterápico, aunque aclara Marcela que obligó a su oncólogo a suspender el tratamiento “porque lo estaban matando”.
Guadalupe nació en
1992, es sana y acaba de casarse hace una semana con Brian Saluzzi; es
licenciada en administración de empresas y tiene una pequeña empresa de
marketing digital.
Lucas nació en 1995, es sano, está casado con Marcela Costa Smith y tienen una niña, Milena, nacida en 2019.
Juan Marcos 1995 sano, casado en 2016 con Teresa Ríos Becquer una niña Martina Guadalupe 2019 sana.
Marcela no toma
medicación; fue operada de quistes de ovarios a los 26 años, fuma socialmente,
tiene una ginecóloga que no le hace estudios de rutina; quiere un control de
salud; un chequeo.
En lugar de medicación, expone una serie de cajas de colores con diferentes “productos naturistas”.
Anoto en mi reporte de la consulta:
“Tiene un montón de creencias metamédicas: como que un cura le evitó el cáncer a su madre, toma colágeno, gotas de quinácea, quercetina, flavonoides, calcium, magnesium, zinc, tintura madre; dice ser fanática del té con limón, jengibre y miel. Toma dióxido de cloro y dice con la frente bien alta que no se vacunó ella ni nadie de su familia “por propia convicción”. Aclara que, con el dióxido de cloro a ella y a su marido, se les están yendo un montón de verrugas”
A su madre,
un cura le curó un cáncer, la leucemia de su marido se curó sola, a su hijo lo
salvó de que una oncóloga lo mate con quimioterapia, tiene una ginecóloga que
no le hace estudios, de vacunas ni hablar y, además, toma cloro, y montones de
“productos naturales”.
Ya en mis
adentros la consulta y las ganas de ser médico de Marcela se me iban
desmoronando como esos castillos de arena que hacemos en la playa y que poco a
poco, las olas se van llevando.
Marcela es
lo que en lógica kantiana podríamos llamar, “una imperativa categórica”
El imperativo categórico es un
concepto central en la ética
kantiana, y de toda la ética deontológica moderna posterior. Pretende
ser un mandamiento autónomo (no dependiente de ninguna religión ni ideología)
y autosuficiente, capaz de regir el comportamiento humano en todas sus
manifestaciones. Kant empleó por primera vez el término en
su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785).
En los
últimos años, la medicina está migrando de lo que podríamos llamar
“medicocentrismo” en el que el médico es el protagonista, se mira su ombligo y
hace y deshace a piacere, a la
medicina centrada en el paciente, en su perspectiva y la de su entorno, en la
información apropiada, en la toma compartida de decisiones, en lo que podríamos
llamar una saludable migración de una relación médico paciente paternalista y
médico-céntrica a una relación deliberativa, en la que la perspectiva del
paciente, el grado de evidencia de los actos médicos, los valores, las
preferencias y los estilos y necesidades de vida juegan un papel muy
importante, determinante diríamos, de los actos médicos.
Marcela
viene a ser una exageración, una monstruosa caricatura de perspectiva del
paciente; una perspectiva casi caleidoscópicamente amañada: futbolísticamente
hablando, te ataca de entrada, te hace meter todos tus jugadores en el área y
de ahí, te va a costar salir: te puede llenar la canasta de goles. Te va a ordenar
hacer todo lo que se le pase por la cabeza; te va a ordenar los estudios que le
parecen, te va a pedir derivaciones a los especialistas que le cuadren y te va
a ordenar que le ordenes los estudios que ella quiera.
Es
“anti-medicina” pero está llena de estupideces, de creencias insostenibles, en
las que no me gusta gastar energía en siquiera discutir. Un mundo en el que las
vacunas no sirven pero que, en cambio, gasta
muchísimo dinero en montones de “bijouteries naturistas”
En la
próxima consulta, después de mirar ceremoniosamente sus análisis, le diré:
Marcela: no
soy el médico que usted necesita, ni tampoco es usted la paciente que deseo
tener.
Y cada
carancho a su rancho.
*Datos y personajes han sido modificados para preservar la identidad y privacidad de las personas.
Referencias
https://es.wikipedia.org/wiki/Imperativo_categ%C3%B3rico
Emanuel EJ, Emanuel LL.
Four models of the doctor-patient relationship. JAMA. 1992;267:2221-2226.
Garcia, C. (2001). Evolución de la relación médico-paciente: de la
medicina centrada en el médico a la medicina centrada en el paciente. Evidencia,
Actualización En La práctica Ambulatoria, 4(4). https://doi.org/10.51987/evidencia.v4i4.4955
García, C. Modelos de relación médico´paciente. Medicina Familiar Y Práctica Ambulatoria 3ª Ed. (2016)
Alberto Prando -
"Titiritero boquense", Óleo sobre tela, 145 X 85 cm. Museo
Benito Quinquela Martín
domingo, 2 de enero de 2022
El problema no es la estrechez del contacto sino la estrechez de la mente
… de la mente de la población en general a la que de alguna forma indulgente podríamos llamarle lega, simplemente porque no es su tema y no tienen por qué saber.
Pero la
estulticia de nuestras autoridades y, mucho peor, de nuestros asesores,
devenidos en científicos, que no lo son, epidemiólogos, que no lo son, expertos
que tampoco lo son, está creando un daño, una confusión una nueva dilapidación
de recursos, rayanas en la inmoralidad.
En los
últimos días, la definición de moda es “contacto estrecho”. En aras de esa
estrechez de contactos se han suspendido fiestas, se generaron miles y miles y
miles de consultas, de colas para testearse de viajes que se suspenden, de
testeos innecesarios… nueva inmundicia de nuestras autoridades, que de
autoridad no tienen nada, de nuestros expertos que no lo son, científicos que
no lo son, epidemiólogos que no lo son; charlatanes, chapuceros, ávidos de
fama, irresponsables, farsantes: todo esto sí, menos lo otro.
La histeria
que ha generado el ómicron, no tiene ninguna correlación con la información válida
que se tiene en el momento: quienes tienen dos dosis de vacuna y más aún, tres
dosis, no desarrollan enfermedad grave, ni hospitalización, ni muerte en la
inmensa mayoría de los casos; un montón se infectan, pero la vacuna está
haciendo lo que tiene que hacer, como lo hacen todas las vacunas. Pedirle a la
vacuna que impida la infección, y peor, testear masivamente a miles de
personas con cuadros leves es una locura, una insensatez que viene,
naturalmente, de contactos (los pseudo-expertos y comunicadores) estrechos
(estrechos de formación, de documentación y de mente).
Mientras
las vacunas nos sigan protegiendo y algunos vacunados infectados desarrollen
enfermedad leve (muchos muy leve, muchos desapercibida) los testeos masivos no
tienen ninguna lógica y esta histeria colectiva de reuniones suspendidas y
precauciones irracionales, no tiene ninguna lógica. Las autoridades de los
diferentes países del mundo, no ayudan, no ayudan a tener un mensaje claro y
nuevamente, la embarran: peor el “remedio” que la enfermedad.
Hace poco
me encontré en una reunión con un joven médico que me comentaba mis escritos y
se acordaba de mi primer post referente a la pandemia y de alguna forma me dijo
que lo mío había sido muy valiente y que “si bien después ocurrió lo que
ocurrió” en su momento, mi razonamiento era “valiente”. Como diciendo, te equivocaste,
pero fuiste valiente.
Hoy leo
nuevamente mi texto y sin considerarme un esclarecido, ni un clarividente, ni
iluminado, ni nada de nada, considero que nada de lo que escribimos en ese
momento era una insensatez.
En el
mundo, y en la Argentina en particular, fueron mucho mayores los estragos que
causaron los políticos y los chantas que lo que hizo el coronavirus: se
destruyó la economía, se destruyó el sistema de salud, que se concentró en una
enfermedad, se vulneró la salud empeorando todos los indicadores porque muchos
sanos entraron en la pobreza o en la indigencia acortando significativamente su
expectativa de vida y porque cada enfermo que dejó de consultar y se recluyó
entre cuatro oscuras paredes sin controlarse, perdió músculo día a día, engordó
día a día y deterioró su cabeza día a día.
Así como
para un médico es mucho más fácil disimular su impericia haciendo cosas que no
haciendo nada, para un político no sobreactuar y no salir a la calle a decir
estupideces o rasgarse las vestiduras en imbecilidades, es espanta votos.
Les estamos
diciendo que se testeen cuando no tenemos capacidad de testear y encima los
amontonamos para testearse.
¿Se
acuerdan cuando recluimos en hoteles a los asintomáticos? ¿Se acuerdan cuando
se inició un debate por los corredores urbanos (los runners), llevándolos casi hasta la
demonización? ¿Se acuerdan cuando a los que venían de la costa los
amontonábamos para hacerse un test de saliva?
Hoy por hoy
hubo una sola medida indiscutible: la vacunación.
El barbijo,
otro instrumento de demonización si no se lo usaba, es un tibio preventivo, muy
tibio; y en los lugares abiertos no sirve para nada.
Hacer
testear a los viajeros, otra estupidez supina para crear confusión,
aglomeraciones y destrucción de la economía: estás vacunado, arriba, sos anti-vacunas: la línea aérea es anti-estúpidos así que andate a pie.
El otro día
un paciente me escribe por WhatsApp:
Hola Carlos. Estoy en la cola para meterme en la
aplicación de la tercera dosis; dan Pfizer y yo tengo la primera de Sputnik y
la segunda Moderna; ¿sirve o hay alguna contraindicación?
Mi
respuesta fue: pero ¿fuiste al vacunatorio o a la heladería? Sí, vacunate y dejame
de joder.
La cantidad de consultas que se generaron con qué vacuna es mejor, qué asociación es mejor y que patatín y que patatán, fue abrumadora:
...sí loco, date la Pfizer, pedile
que te la den con baño de chocolate y dejame de romper las pelotas.
Mi hijo
quiere pasar las fiestas con nosotros pero estuvo en una reunión donde había
una chica que había estado en una reunión en la que había un chico que había
viajado en un avión…
¿Con qué
nueva estupidez nos engancharán nuestras autoridades en las próximas semanas?
San
Francisco abrazando a un leproso, de Zacarías González Velázquez (museo del
Prado)
Referencias
https://www.aamedicinafamiliar.com/2020/03/10/covid-19-corriendo-detr%C3%A1s-de-un-virus/
Jerónimo Cello, PhD, Research Assistant Professor, Center for
Infectious Diseases, Department of Microbiology & Immunology, School
of Medicine,Stony Brook University: comunicación personal (toda la información sobre vacunas y testeos)