Era su primera consulta, había venido con su marido, pero éste se tuvo que ir.
Marcela
Rosatti*, es una señora de 62 años muy bien cuidada y vestida, con esas
minifaldas que se permiten las sesentonas cuando, luego de las vacaciones, el
sol y las abundantes cremas humectantes compradas en los free shops del viaje a
Dominicana, Puerto Rico o Brasil, las hace sentirse atractivas.
Yo
frecuentemente los saludo y abro el juego de la consulta con mi muletilla:
“Bueno, como dicen los jóvenes: ¿qué onda?”
La señora
hace la introducción, en general vienen por algún problema puntual de salud,
recomendados por algún allegado o simplemente porque quieren empezar el año
haciendo buena letra y teniendo un médico de cabecera, alguien que se haga
cargo de su salud. Esto último busca Marcela.
Hecha esta
introducción, les pregunto si me permiten hacerles algunas preguntas y, como un
oficial escribiente de comisaría “les tomo declaración”, me meto en su
biografía.
A los diez
minutos tengo un panorama bastante amplio de sus vidas, sus condiciones y su
medicación:
Nacida el 12 de enero
de 1958, hija de Alfonso, fallecido de cáncer de pulmón a los 51 años en 1982 y
Veglia Anna Andreucci fallecida a los 80 de cáncer mama, luego de haber tenido
cuando era mucho más joven “un cáncer que se lo curó un cura”.
Una hermana, Fiorella, 1954: hipotiroidismo, casada, tiene cuatro hijos vive en Buenos Aires.
Marcela está casada con Mario Andrés Maraglino 1957, quien padeció una leucemia mieloide aguda en 1992 (dice que remitió sola), ingeniero industrial.
Escribana, recientemente retirada del Ministerio Público .
Trabaja con su marido en empresa de diseño industrial en la que también trabajan todos sus hijos:
Franco, nacido en 1990 es su primer hijo; es adoptivo, estudia ingeniería como su padre adoptivo, vive con Anabella, que estudia psicología. Franco tuvo, en 2016, un linfoma de cuello que fue tratado y curado con tratamiento quimioterápico, aunque aclara Marcela que obligó a su oncólogo a suspender el tratamiento “porque lo estaban matando”.
Guadalupe nació en
1992, es sana y acaba de casarse hace una semana con Brian Saluzzi; es
licenciada en administración de empresas y tiene una pequeña empresa de
marketing digital.
Lucas nació en 1995, es sano, está casado con Marcela Costa Smith y tienen una niña, Milena, nacida en 2019.
Juan Marcos 1995 sano, casado en 2016 con Teresa Ríos Becquer una niña Martina Guadalupe 2019 sana.
Marcela no toma
medicación; fue operada de quistes de ovarios a los 26 años, fuma socialmente,
tiene una ginecóloga que no le hace estudios de rutina; quiere un control de
salud; un chequeo.
En lugar de medicación, expone una serie de cajas de colores con diferentes “productos naturistas”.
Anoto en mi reporte de la consulta:
“Tiene un montón de creencias metamédicas: como que un cura le evitó el cáncer a su madre, toma colágeno, gotas de quinácea, quercetina, flavonoides, calcium, magnesium, zinc, tintura madre; dice ser fanática del té con limón, jengibre y miel. Toma dióxido de cloro y dice con la frente bien alta que no se vacunó ella ni nadie de su familia “por propia convicción”. Aclara que, con el dióxido de cloro a ella y a su marido, se les están yendo un montón de verrugas”
A su madre,
un cura le curó un cáncer, la leucemia de su marido se curó sola, a su hijo lo
salvó de que una oncóloga lo mate con quimioterapia, tiene una ginecóloga que
no le hace estudios, de vacunas ni hablar y, además, toma cloro, y montones de
“productos naturales”.
Ya en mis
adentros la consulta y las ganas de ser médico de Marcela se me iban
desmoronando como esos castillos de arena que hacemos en la playa y que poco a
poco, las olas se van llevando.
Marcela es
lo que en lógica kantiana podríamos llamar, “una imperativa categórica”
El imperativo categórico es un
concepto central en la ética
kantiana, y de toda la ética deontológica moderna posterior. Pretende
ser un mandamiento autónomo (no dependiente de ninguna religión ni ideología)
y autosuficiente, capaz de regir el comportamiento humano en todas sus
manifestaciones. Kant empleó por primera vez el término en
su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785).
En los
últimos años, la medicina está migrando de lo que podríamos llamar
“medicocentrismo” en el que el médico es el protagonista, se mira su ombligo y
hace y deshace a piacere, a la
medicina centrada en el paciente, en su perspectiva y la de su entorno, en la
información apropiada, en la toma compartida de decisiones, en lo que podríamos
llamar una saludable migración de una relación médico paciente paternalista y
médico-céntrica a una relación deliberativa, en la que la perspectiva del
paciente, el grado de evidencia de los actos médicos, los valores, las
preferencias y los estilos y necesidades de vida juegan un papel muy
importante, determinante diríamos, de los actos médicos.
Marcela
viene a ser una exageración, una monstruosa caricatura de perspectiva del
paciente; una perspectiva casi caleidoscópicamente amañada: futbolísticamente
hablando, te ataca de entrada, te hace meter todos tus jugadores en el área y
de ahí, te va a costar salir: te puede llenar la canasta de goles. Te va a ordenar
hacer todo lo que se le pase por la cabeza; te va a ordenar los estudios que le
parecen, te va a pedir derivaciones a los especialistas que le cuadren y te va
a ordenar que le ordenes los estudios que ella quiera.
Es
“anti-medicina” pero está llena de estupideces, de creencias insostenibles, en
las que no me gusta gastar energía en siquiera discutir. Un mundo en el que las
vacunas no sirven pero que, en cambio, gasta
muchísimo dinero en montones de “bijouteries naturistas”
En la
próxima consulta, después de mirar ceremoniosamente sus análisis, le diré:
Marcela: no
soy el médico que usted necesita, ni tampoco es usted la paciente que deseo
tener.
Y cada
carancho a su rancho.
*Datos y personajes han sido modificados para preservar la identidad y privacidad de las personas.
Referencias
https://es.wikipedia.org/wiki/Imperativo_categ%C3%B3rico
Emanuel EJ, Emanuel LL.
Four models of the doctor-patient relationship. JAMA. 1992;267:2221-2226.
Garcia, C. (2001). Evolución de la relación médico-paciente: de la
medicina centrada en el médico a la medicina centrada en el paciente. Evidencia,
Actualización En La práctica Ambulatoria, 4(4). https://doi.org/10.51987/evidencia.v4i4.4955
García, C. Modelos de relación médico´paciente. Medicina Familiar Y Práctica Ambulatoria 3ª Ed. (2016)
Alberto Prando -
"Titiritero boquense", Óleo sobre tela, 145 X 85 cm. Museo
Benito Quinquela Martín
Interesante la reflexión. Coincido plenamente en la necesidad de un balance, el que seguramente dependerá de las características de los actores, su nivel educativo y su grado de autonomía y responsabilidad. Por una parte, es bueno que no persista la relación típica entre el médico sabelotodo y el paciente resignado, aceptando el sermón dictado desde una posición de poder médico (recordar, los más antiguos, la caricatura de Quino donde en la playa, una persona se identifica como médico, y aparece sobre una columna romana como si fuera el César). Y tampoco es bueno el polo opuesto, tipificado en una estúpida bebiendo dióxido de cloro contra el coronavirus desde un medio de comunicación, como el ajo contra los vampiros. Para eliminar este último exceso, entiendo que el poder judicial debería intervenir. Claro, no ESTE poder judicial aliado a los medios de comunicación y a los poderosos. Saludos a todos y todas. Federico
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ResponderEliminarEs difícil para los médicos entender cómo se construyen tantas creencias basadas en teorías nacidas de quién sabe dónde. También es difícil comprender por qué el paciente se acerca desafiante, exponiéndolas como un logro superador frente al poder hegemónico de la medicina. ¿Por qué no tomar distancia de la ciencia en la que no se cree? Creo que en algún lugar está la duda, y no se es suficientemente coherente con esta renuncia (a la ciencia), en el fondo está el miedo...
ResponderEliminarCecilia, celebro tu conclusión! En el fondo está el miedo...mucho en este caso, evidentemente.
ResponderEliminarEn el fondo de toda consulta médica está el miedo, a rompernos de jóvenes, pasada la mediana edad, a la inevitable fecha de vencimiento que no conocemos y rogamos que sea lo más lejana posible... Mi duda, más bien dirigida hacia los médicos, es donde se encuentra la compasión necesaria para lidiar con alguien tan aterrorizado como esta señora, que al no ser suficientemente coherente con esta renuncia, pide auxilio a gritos y a la vez ahuyenta a todo el que está dispuesto a acercarse. Cómo concilian los médicos los principios del juramento hipocratico con la renuncia a lidiar con semejante grado de locura?