Cuando sus hijos me llamaron desde el Sur para consultarme, enseguida me di cuenta que le había llegado la hora. Que en poco tiempo iba a partir.
No voy a contar su síntoma. Solo alertaría a algún hipocondríaco de cuarenta a salir corriendo a pedir tomografías al paso y análisis de "todoloquehacefalta".
Su síntoma, aunque podría parecer una pavada, lo decía todo. Cualquiera de mis colegas, compañeros de almuerzo, sin levantar la vista de su plato, diría: Chau Manuel; te llegó la hora.
Imagínense la voz de su hijo cuando le dije que debían hacerle solo un estudio incruento para comprobar lo que tenía y después, en el mejor tono, de mil maneras, tratando de que me entiendan, tratando de que comprendan que no es cinismo, ni indiferencia, ni, mucho menos, crueldad, le dije:
-Consíganse un médico que no lo interne. Solo tiene que manejar un poco la morfina (mi morfina; la morfina de José) y si le teme a la morfina o no se anima, que me llame. Pero:
-No lo internen.
-No le hagan estudios molestos y cruentos.
-No anden paseándolo en ambulancias con médico y oxígeno por cuanto centro de diagnóstico tengan a mano.
-Nada de alimentaciones forzadas y sin sentido.
-Ni se les vaya a ocurrir intubarlo y respirarlo artificialmente.
-Y, por si no me entienden, se los digo de nuevo:
-Ni se les vaya a ocurrir intubarlo y respirarlo artificialmente.
-Pero... queremos hacer todo lo posible.
-Hagan todo lo posible para que se muera sin sufrir. Es lo único, lo mejor y lo más sensato.
Manuel fue estudiado, con "todo el peso de la ley".
Manuel fue pinchado.
A Manuel le pusieron sueros de todos los colores.
A Manuel lo intubaron.
A Manuel le ataron sus manos a la cama para que no se extube (para que no se saque esa barbaridad que le habían puesto en su tráquea y que estaba conectada a una brutal máquina que las iba de pulmones...).
De morfina ¡Ni hablar!
De morfina ¡Ni hablar!
Manolo no sufrió más porque era muy difícil sufrir más.
Porque no había algún animal más a mano para hacerle alguna biopsia o intentar una "quimio suavecita para achicar el tumor".
Se cuenta que en una ocasion había un alacrán a la orilla de un río y deseaba cruzar hacia la otra orilla, pero no tenía los medios para lograrlo... Si lo intentaba, seguro que se ahogaría.
Sucedió que en ese momento pasaba una rana y sin perder tiempo el alacrán le pidió si, por favor lo podría cruzar, a lo cual la suspicaz rana inmediatamente le respondió que no se fiaba de él, puesto que era un alacrán y podría, a mitad del camino, matarle...
El alacrán le respondió que eso no sería posible. Le dijo:
- Si hago eso, pondría mi vida en peligro también, y lo más seguro es que moriría contigo. Me suicidaría, ¿Comprendes?
Tal argumento convenció a la rana la cual se dispuso a hacerle el favor de cruzarlo a la otra orilla...
Con una gran disposición la rana comenzó a cruzar el río, pero a mitad del camino, y de repente ¡El alacrán la picó!
-¿Pero, qué has hecho? preguntó sorprendida la rana.. ¿No te das cuenta de que ahora moriremos los dos? ¿Por qué lo hiciste ?
El alacrán simplemente le contesto:
-Lo siento, pero esa es mi naturaleza...!
Manolo nos pidió confiado a sus hijos y a los médicos "Que lo crucemos a la otra orilla"
Y no lo hicimos. Fuimos nosotros los alacranes.
Lo intubamos, lo pinchamos, lo amarramos, lo llenamos de sondas, lo "respiramos" artificialmente.
Salvo que nosotros, a diferencia del alacrán, no nos ahogamos. Solo tranquilizamos nuestra conciencia.
Salvo que nosotros, a diferencia del alacrán, no nos ahogamos. Solo tranquilizamos nuestra conciencia.
¿Es nuestra naturaleza?
Manolos y alacranes, se repiten todos los días. Y nadie se da cuenta. "La ciencia hizo todo lo que pudo", "Lo acompañamos hasta su último respiro".
Del respirador, bah!