jueves, 16 de febrero de 2012

Flojito de ethos

Suele ocurrir.

A principios de año, del año lectivo digamos, es decir, para marzo, los celosos de su salud caen al consultorio con los tapones de punta. Vienen con doce horas de ayuno, traen la primera orina de la mañana (absurdamente la primera porque la segunda, la tercera o la décima suelen ser iguales, aunque esta costumbre venga de una época en que se hacía una cosa que se llamaba recuento de Addis, que hoy no sirve para nada), se sientan ante nosotros con cara de "no hace falta aclararlo" y nos anuncian que ese cuerpito gentil "viene a hacerse el chequeo anual". Algunas veces reclaman que esta vez quieren algo profundo “Lo más completo posible” aclaran (¡No es cuestión de andar jodiendo con la salud che!).

Algunas veces, no pocas (lo que le quita originalidad) ante la pregunta retórica:

-¿Cómo anda Ponce?
La respuesta de Ponce no se hace esperar
-Eso lo dirá usted doctor

Hace unos días, un paciente mío, joven, de unos cuarenta años, con un tostadito de recientes vacaciones playeras, con una chombita impecable con animalito verde pegado en el pecho se sentó y me anunció su disposición a entregar su cuerpo a las gasas y algodones para que le diga cómo estaba.

Miré su historia clínica para recordarme ante quién estaba, médicamente hablando:

Ningún antecedente familiar de importancia. Y cuando digo antecedente familiar de importancia me refiero a un puñadito de cosas que se cuentan con los dedos de las manos como diabetes o enfermedad coronaria prematura en padres y/o hermanos o alguna enfermedad hereditaria, cuya presencia en ancestros nos pone en cierto riesgo de padecerlas.

Ningún antecedente personal de importancia. Es decir, nuestro Adonis, en todo el tiempo que lo conozco, que no es poco, no tuvo nunca una enfermedad.

Ningún factor de riesgo de importancia. Es decir, nuestro Titán no fuma, no bebe, no había tenido la presión alta, no tiene un gramo de grasa demás, hace ejercicio aeróbico (es decir corre o camina) y lo matiza con un toquecito de fierros en gimnasio (como para mejorar la estética ¿Vio?).

Sus presiones arteriales, tomadas todas las veces que vino a verme, en las condiciones requeridas: normales.

Le tomo la presión una vez más: normal.

Lo peso y lo mido, innecesariamente como siempre que pesamos y medimos (salvo bebés y niños) porque antes de que la balanza nos lo confirme, el gordo es gordo y el flaco es flaco y bueno sería que gastemos toda esa plata que tiramos en balanzas en cosas más útiles que en andar reclutando obsesivos de la balanza para que los gordos sigan siendo gordos o dejen de serlo por un tiempo, sin que haga falta que la báscula nos lo confirme.

Ausculto su corazón, innecesariamente también, porque la auscultación de una persona ya auscultada no suele cambiar de un día para el otro así porque sí ni asá porque asá.
Resultado: corazón sin agujeritos.

Ausculto sus pulmones, también innecesariamente por las razones antedichas (véase corazón sin agujeritos) elevadas al cuadrado. Es decir, si a uno no le falta el aire, o tose y vuela de fiebre, es casi imposible que la ceremoniosa auscultación nos revele algo. Yo suelo cerrar los ojos cuando ausculto. Un acto que imité de uno de mis maestros que le da seriedad, profundidad, al acto auscultatorio. Me convierto en ese instante en una especie de cura confesor de suciedades cardio-pulmonares. Con la ceremonia suelo afligir involuntariamente,  por un instante, a mi feligrés para después, cuando me alejo para sentarme en el escritorio colgándome el adminículo en el cuello hacerle "volver el alma al cuerpo" diciéndole que todo está bien.

Su corazón bien, sus pulmones bien, su peso, su talla, su presión, su curriculum personal y familiar. Todo bien. Nada nuevo bajo el sol.

Hace unos meses, no sé por qué motivo, ya tenía una batería de cosas innecesarias que incluían su decimoquinta determinación de colesterol, glucosa, glóbulos de ambos colores y otros chiches bioquímicos y eléctricos.

Cuando me senté en el escritorio, lo miré y le dije que estaba todo bien, que no hacía falta que le haga nada, que venga dentro de un año. Porque decirle -Si querés pastá tranquilo en la viña del Señor y venite dentro de dos o tres años (que es lo que corresponde) era matarlo de desilusión, perder un paciente y, lo que es peor para mi sentido de la ética, entregárselo a las fieras que le caerán con todo el peso de los exámenes de cuanto se les ocurra.

Cuando vi desfigurarse su cara pensé, por un instante, que yo había desvariado y le había dicho que le quedaban dos semanas de vida, que tenía un cáncer incurable o una leucemia galopante o un tumor cerebral que le salía por el oído derecho...

La desilusión, la sorpresa y la incredulidad se apoderaron del rostro de nuestro Adonis.

No podía creer que no le hiciera análisis.

Es más, me aclaró:

-Esta vez venía a hacerme cosas profundas, como un electrocardiograma, una prueba de esfuerzo...

Un médico tan insensato como yo, puede haber perdido un paciente. No hubo forma de convencerlo mínimamente de que la orina del frasquito estaba mejor en el tacho rojo y habría estado mejor en el inodoro con el resto de "laprimeradelamañana" evitando el frasquito que tardará tantos miles de años en degradarse y el traslado al hospital frasquito en mano.

¿Saben por qué?

Porque los análisis "de rutina" son un invento que se dogmatizó, es decir que ahora todo el mundo se cree. Se cree y exige. Y ve con malos ojos si uno no los hace.

Porque no haría la mayoría de las cosas que hago y haría muchas que dejo de hacer si "la cultura del análisis no fuera tan fuerte".

Porque si viene un señor de 70, con la presión alta desde hace 20, excedido de peso desde que tiene uso de razón, con el atado de puchos en el bolsillo del cocodrilito verde de  Adonis, con el bigote amarillo, con la voz ronca, con un colesterol y un azúcar altos y me llega a decir que al subir al piso que me separa del nivel del mar tuvo un dolorcito en el pecho y le faltó un poco el aire: Otro gallo cantaría.

Aprieto el botón rojo, le digo tres reglamentarias veces ¡Alto! saco las esposas del cinturón y se las pongo en las muñecas por detrás de la espalda, le leo el juramento hipocrático, le digo que todo lo que declare puede ser utilizado en su contra, que tiene derecho a nombrar un abogado, que a partir de este momento dejó de ser un individuo o paciente y se convirtió en un delito federal y que no espere de mí palabras de aliento ni mimitos sino auscultaciones, extracciones de sangre, cámaragammas, abstinencia del tabaco y del sexo, oración diaria, ayuno, rabanitos, agua mineral y caminatas al aire libre.

Porque no es lo mismo nuestro Adonis de 40 que nuestro Belcebú de 70.

Y porque aunque nuestro Belcebú, se haya sentido sano hasta que transponiendo la puerta de mi consultorio 12 yo, con la soberbia de las estadísticas lo haya convertido en un demonio al borde de la muerte y le haya cacheteado la autoestima,  tengo, digamos, la fuerza de las estadísticas.

Estadísticas para nuestro Adonis a quien le podría decir que de seguir así se tome la presión una vez por año con alguien que sabe tomarla (muy pocos) y ni aparezca por cinco años.

Y estadísticas para nuestro Belcebú a quien le podría decir que a cuarenta o más de cada cien como él, en diez años les habrá pasado algo grave o habrán cumplido el sueño del avisito necrológico propio.

Porque detrás de estos razonamientos y conductas están los conocimientos, está la experiencia personal y la información y la ayuda de mis colegas. Esos con quienes almuerzo todos los días o me cruzo a su consultorio cuando mi cabeza no da pie con bola para preguntarles qué les parece y siempre me suelen dar una respuesta seria y satisfactoria.

Porque los pacientes tienen derecho a ser informados y que esa información les llegue en los términos adecuados para poder entenderla. Pero a veces, bastantes veces, es difícil comunicar conductas médicas y sobre todo, romper paradigmas erróneos e infundados, como, precisamente el del “chequeo anual bien completo”.

Porque estos términos de por qué no hacerse qué cosa o por qué hacerse esta otra, son muy difíciles de transmitir. Tan difíciles que la mayoría de nuestros colegas aún no los entiende y otros no los quieren entender. No los colegas con quienes comparto mi cotidianeidad ni con quienes almuerzo porque de ellos estoy orgulloso y trabajar con ellos me hace feliz y más informado.

Pero es así, no sirve de nada “hacerse de todo" así porque sí. Muchas veces, ese hacerse de todo, termina enfermando. Créame y deje nomás la orina acá que yo la tiro en el tacho rojo.

¿Cómo doctor, pero entonces no hay que hacerse todo, todos los años?

¿En qué idioma hablo?

Y este escrito se llama "Flojito de Ethos" porque el Ethos, es nuestra capacidad persuasiva como médicos (como leí de Carlos Tajer, un colega que leyó todo y sabe casi todo), y evidentemente, ante tanto bombardeo revisteril, televisivo, radial, peluqueril, nuestro Ethos, nuestra capacidad de convencer, se va aflojando cada vez más.

Hasta la glucemia que viene.

sábado, 11 de febrero de 2012

Barriletes desde la NASA

En 1961 se hizo una encuesta sobre problemas de salud y utilización de los recursos médicos. Mediante esta encuesta, realizada en población general de Estados Unidos y Gran Bretaña, se arribó a la conclusión de que de cada 1.000 personas encuestadas, en el últmo mes 750 habían tenido algún problema de salud, injuria o lo que sea (desde un simple síntoma por el que uno no consulta, como un dolor de cabeza, una ampollita en la boca o un tortícolis, hasta un accidente en la vía pública o un infarto). Solo 250 consultaron a un médico por ese problema. Solo 9 fueron vistos o admitidos en un hospital. Solo 5 requirieron consultas a otro médico o especialista y solo 1 (uno de cada mil) fue enviado a un hospital de alta complejidad o internado).

Anoche, un amigo, médico, y su mujer me invitaron a comer. Invitaron también a otro amigo, también médico, quien nos contó que su hija es médica y está haciendo la residencia de pediatría.

Le preguntamos dónde la hacía.

En el Garrahan*, contestó.

Claro, pensé, así nos formamos los médicos en el mundo.

A la gente le duele la cabeza, el zapatito le aprieta y la media le da calor. La mayoría toma una aspirina, se compra un número de calzado más grande o se saca las medias y ni se le ocurre ir al médico. Esos son los 500 que no consultan aunque refieren algún problema, ya sea porque el problema no merece una consulta o porque el afectado no lo considera. 

Otros, muchos menos, tienen resfríos, alguna diarrea, fiebre o lo que sea y consultan.

Algunos se infartan, tienen una hemorragia cerebral o una falla renal aguda y consultan, claro está.

Los médicos nos formamos en los hospitales de muy alta complejidad, como el Garrahan, donde vemos, por definición, casos graves y complejos.

El día que salimos con nuestro certificado de residencia bajo el brazo, ya con varios pelos menos y unas ojeras que asustan de tanto trabajar y tanto estrés. Ese día salimos a la vida real. Ese día salimos a ver gente preparados para la guerra aunque vayamos a jugar a la mancha agachada.

Y viene el tonto que se compró unos zapatos un número más chico del que tendría que haberse comprado y se le ocurrió consultar al médico, y nos dice:

-Doctor me duelen los pies.

Pensamos en una insuficiencia vascular arterial, en que le tendremos que hacer una angiografía, en que le tendremos que amputar ambas piernas y en que es una pena que se haya comprado unos zapatos tan bonitos porque los va a tener que regalar.

Claro, ¿Se acuerdan de eso que les dije que si uno vivía en la sabana africana, cuando oía galopar pensaba primero en cebras y luego en caballos? ¿Y que cuando venía a San Antonio de Areco y escuchaba galopar, levantaba la vista para ver dónde estaban las cebras?

Con el tiempo, después de seis años de carrera, cinco de residencia (y van once) y no menos de cinco de ejercicio en la vida cotidiana (y van dieciséis) estamos listos. Y al resfrío le llamamos resfrío y al infarto infarto. Y para que no estén del todo tranquilos, cada tanto a un infarto le llamamos resfrío y no menos cada tanto a un resfrío infarto (porque tenemos miedo a lo peor). Porque lo nuestro no es suma, resta, multiplicación y división.

Está bien, la formación médica en la trinchera, entre sangres, vómitos y órganos que vuelan por los aires, tiene lo suyo. Muchos les dirán que hay que empezar por lo difícil y que luego lo simple sale solo. Pero no es tan así... no es taaaaan así. Ni mucho menos bah!

El Garrahan es un hospital de muy alta complejidad. Pensamos Garrahan y pensamos transplante hepático ¿No es cierto?. En el Garrahan se transplanta de todo,  en el Garrahan se tratan niños con leucemias, en el Garrahan se operan diez veces a esos niños que nacen con malformaciones y se les reconstruye la carita, en el Garrahan se resucitan niños que llegan azules como un Pitufo, por una bronquiolitis que se los lleva. El Garrahan huele a pólvora, a napalm (como en la escena de Robert Duvall de Apocalypse Now). En el Garrahan el médico más vago hace más de un mes que no duerme 4 horas seguidas.

Y sin embargo al Garrahan también puede ir una madre con su niño en colectivo y consultar porque tiene fiebre y dolor de oído.

No sé si se dan cuenta. ¡Qué ridiculez! ¡Qué desperdicio!

Que en el Garrahan se pueda consultar por un resfrío, es tan absurdo como ir a la NASA a aprender a remontar un barrilete.

Que al Garrahan se pueda ir en colectivo con un niño con tos es una estupidez, porque aparte, te vas a perder el día hasta que lo vean. Llegaste a las seis de la mañana, para agarrar numerito, y te fuiste a las nueve de la noche con la recetita.

Porque el Garrahan debería estar solo para casos complejos, porque al Garrahan no se debería poder entrar si no es en helicóptero y derivado de otro centro. Con patente de grave, es decir. Y si es posible dejando algún órgano en garantía en mesa de entradas, por si te hiciste el vivo y consultaste por una ñañita.

Sin embargo, mezclando la biblia con el calefón, en el Garrahan, como en muchos otros hospitales que deberían ser solo hospitales y solo de alta complejidad (valga la redundancia, porque hospital debería significar alta complejidad). Se ven resfríos, se ven intestinos irritables (de esos que no responden al Actimel ¿Viste Flo?) , se ven mujeres golpeadas, se ven adúlteros y adulterandos a las trompadas, se ven accidentados graves... se ve de todo.

Y los hospitales, no deberían estar para eso. Porque la mayoría de la gente no necesita ser vista en un hospital. Porque cuando una parejita joven va a las dos de la mañana a un hospital donde vuelan los órganos y la sangre y consulta porque se les rompió el preservativo en el medio de la cuestión... La respuesta puede ser: ¿¡Y por eso me consultaaaaaaaaaannnn!? ¿¡Por esa pelotudez?! 

Por un lado porque para quien está con el guardapolvo manchado de sangre y vómitos porque le acaban de tirar siete camillas de un accidente a las tres de la mañana, OBBBBVIAMENTE (así con la "b" remarcada) que "Un forro pinchado es una boludez" OBBBBVIAMENTE señores!. Y disculpen las palabrotas pero no queda otro recurso para marcar el contraste, para que se pueda ver que una desgracia fuera de contexto puede ser una nimiedad.

Y un preservativo roto, a las tres de la mañana, en un hospital lleno de quienes están más cerca del arpa que de la guitarra, pasa a llamarse "forro pinchado" y, automáticamente (archívese), pierde toda posibilidad de ser tratado como corresponde. Y un preservativo roto, es un problema serio. Y en la medicina ambulatoria es una entidad, y tiene nombre y tiene solución. Y muchas veces requiere anticoncepción postcoital (que me perdone el clero) y a veces más cosas. Porque no es lo mismo que se rompa el día cuatro que el catorce y porque no es lo mismo si el semen tiene hacheivé o no, para poner las cosas en su lugar y para que nos demos una ideíta.

Solo que nuestro preservativo roto cayó en el lugar inadecuado en el momento inadecuado (the wrong momet and the wrong place anglosajonamente hablando). Cayó a las tres de la mañana en el medio de una batahola de sangre y órganos.

Y dicho sea de paso, porque el Garrahan debería cerrarse al público general y en él deberían hacer solo lo que hacen extremadamente bien, es decir, alta complejidad. Para no dilapidar recursos ¿Vio?

Porque en el Garrahan, no deberían formarse médicos para luego ser pediatras generales que van a ver una inmensa mayoría de niños sanos sino, quienes, habiendo terminado pediatría, necesiten subespecilizarse para ver leucemias, para reconstruir caritas malformadas, para transplantar hígados o rearmar corazones. Porque el Garrahan no está para formar pediatras generales y porque ser pediatra general es algo serio que merece cocinarse en otro caldo.

Pero así están las cosas en nuestro país, elegido de Dios ¿Ya sabemos que "Dios está en todas partes pero atiende en Argentina" no?

Pues bien, está todo, o casi todo, patas para arriba.

Un politicón barato de esos maníacos que hablan sin parar como si supieran de todo nos convence de que resolver la cuestión de la salud es abrir más hospitales. No hay imbécil que no asocie salud con hospitales, tomógrafos y quirófanos. ¡No burro! Decimos nosotros. ¡Sí tontito! Dice él. Y si no, ¿Cómo coimeo? (piensa él). 

Y una señora de Barrio Norte con voz irónica llama a "chichegelblun" o a "nelsoncastro" o a "victorhugo" a la mañana para quejarse porque "los hospitales son un desastre".

Y claro, seguro que si viene alguien con dos deditos de frente y quiere reorganizar un poquito la cosa y orientar las cosas un poquito, le paran el hospital, lo tildan de xenófobo, de fascista, de pedófilo y de antisemita... o lo llama el propio ministro para "parar la cosa" para que no le vuelen a su hermana, o a su cuñado o a su entenado. Y nuestro chapulín colorado, honesto y devenido en funcionario, que no es político, ni coimero, ni tiene "cintura" como dicen los gordos que lo que menos tienen es cintura, agarra el cuadrito de su familia, su pendrive, renuncia y se jura que nunca más vuelve a la función pública.

Porque no teniendo esa "cintura política", es decir, no siendo coimero, ni psicópata, ni patotero, a nuestro héroe, al pobrecito, le llenaron la carota de dedos.

Porque reorganizar la salud no da guita.

Porque "La política es el arte de lo posible".

¡Qué lo parió! (Inodoro Pereyra dixit).

A esta nota la había titulado Mal paridos. Y luego autocensuré el título, porque mal parido suena mal y porque insulta aunque no quiera.

El título Mal paridos lo era por los residentes. No solo del Garrahan. De muchos lugares más. E iba con todo respeto. No porque sean mala gente, (como los que le decimos mal paridos), sino porque han sido paridos en un lugar inapropiado. 

Pero que quede claro: la residencia es el mejor método de formación y entre quien la hizo y no la hizo... hay un abismo. Y todavía hoy, en la Argentina, quien hace una residencia en lo que menos piensa es en dinero. Quien hace una residencia está dispuesto a embarrarse las botas y salpicarse de sangre. Si busca un médico bueno pregúntele -¿Dónde hiciste la residencia? Si no la hizo, puede ser bueno (como habiéndola hecho puede ser malo), pero es mucho menos probable.

Todavía tengo la carpetita en la que rodeaba con circulitos mis guardias los días en que, en un altillo del viejo hospital donde dormíamos, nos citaba Alejandra, una compañera, al mediodía para organizar las guardias del mes. Las guardias del mes eran muchas, eran sábados, eran domingos, no respetaban fines de semanas largos, ni navidades, ni fines de año, ni añonuevos. En las guardias se trabaja mucho y siempre al borde del abismo, en donde el conocimiento no alcanza y el tiempo tampoco. 

El primer día de residencia, desde Neuquén me llamó mi hermana que hacía de hermana, de amiga y de madre. Yo estaba en la sala viendo pacientes, como iba a estar por cinco años. Se me hizo un nudo en la garganta y se me llenaron los ojos de lágrimas (como ahora) y le dije... -No voy a aguantar. Después aguanté y hoy, cuando veo a los residentes jovencitos, con tiras de electrocardiogramas que les cuelgan de los bolsillos, con el ambo arrugado, con un estetoscopio auscultador de cosas importantes, con ese aire de melassétoditas... me muero de envidia. Pero esa es harina de otro costal.


*Hospital de Pediatría Prof. Juan P. Garrahan. Referente nacional en casos pediátricos de alta complejidad. Innecesariamente abierto a la consulta general.


viernes, 3 de febrero de 2012

Sirenas en la noche por los mocos de Nachito

En este reino del revés donde nada el pájaro y vuela el pez pasan cosas simpatiquísimas.

A ver... Como dicen, cada vez más, los estúpidos entrevistados por la radio, cuando el periodista que algún día debe haber soñado ser como Carl Bernstein y Bob Woodward (los periodistas del Washington Post que se llevaron puesto a Nixon por lo de Watergate) les pregunta alguna cosa.
Me molesta el "A ver" hasta el punto de apagar la radio. Porque se convirtió en muletilla y porque de alguna forma el "averdiciente" está diciéndote: Bueno, me voy a tomar el trabajo de bajar del pedestal para explicarte esta obviedad.

En mi Humilde opinión... como suelen empezar otros estúpidos, que también me hacen apagar la radio porque quienes dicen "En mi humilde opinión", lo que menos tienen es humildad y se creen dueños absolutos de la verdad.

Son las dos de la mañana en Recoleta.

Ignacio (Nacho, obviamente; cuatro añitos) tiene treintayochocuatro, la carita colorada, moquitos en la nariz y está muy molesto.

Macarena (Maca, obviamente; veintiocho añitos), su mamá, está superestresada por un día vertiginoso que incluyó pilates a la mañana, dos reuniones para la fiesta sorpresa del cumple de 30 (añitos) de Nicolás (Nico, obviamente) una reunión con "las chicas" todas madres de compañeritos de Nacho por la obrita de teatro que están haciendo para el "egreso" (con Toga, como en Harvard, obviamente) de los nachitos del pre-escolar, la visita al kinesiólogo por esa contractura cervical, y al gastroenterólogo "porque yo soy de las que me guardo todo y por algún lado tengo que explotar, me dijo Raquel en la última sesión de análisis que me dejó de cama pero que me enseñó que tengo que pensar más en mí misma, viste".

Nicolás (Nico, obviamente) marido de Maca y papá de Nacho vino con un humor de perros porque es de River y se acostó después de ver como acostaban a River en el Monumental.

Nachito venía mal desde la mañana, pero esperaron (ahora son las dos de la mañana, les recuerdo).

Maca despierta a Nico y le cuenta que Nachito está molesto.

Nico ladra un poco pero tira la solución (por algo es ingeniero industrial con embiei en el IAE):

-Llamá a MEDICARD

A las tres y cuarto cae MEDICARD por el hogar de los Bonnet Rivarola.

MEDICARD mandó ambulancia, con chofer y con médico. Sí: AMBULANCIA, CHOFER y MÉDICO.

Los Bonnet Rivarola tienen el plan 910 que te cubre hasta dos liftings por año.

Macarena, visiblemente indignada por lo que tardaron, hace pasar al doctor por la puerta de servicio y se jura que mañana se lo va a contar a Marcelo Longobardi. La atención médica es un escándalo, piensa (sí, a veces Maca piensa).

Queridos lectores:

Discúlpenme.

A ver...

En mi humilde opinión...

Nachito tiene algo que ya todos sabemos: un resfrío, o resfriado común, o coriza simple como se decía en los viejos textos de medicina, o romadizo (como dice la Real Academia Española; palabra que se debe haber usado cuando Cervantes se resfriaba de chiquito y la mamá tenía que llamar a Molimed), o virosis del tracto respiratorio superior, o virosis respiratoria alta.

Nachito, en la jerga médica, de esas rondas en que los médicos nos contamos los casos tiene "un resfrío pedorro".

Solo en un país berreta, donde la medicina es un bien de consumo parecido a un shopping, una ambulancia, con un chofer y con un médico, está disponible para ir a ver un resfrío pedorro del hijo de Maca y Nico Bonnet Rivarola.

Solo en un país berreta que despilfarra recursos y abarata la mano de obra, por un resfrío pedorro, se llama a un servicio de salud, se envía una ambulancia (sí, UNA AMBULANCIA) y un médico (sí, UN MÉDICO) para ver un resfrío en la casa y darle... adivinen qué: un bañito, paracetamol e ibuprofeno y juguitos. Algunos burritos te sacuden Amoxi... porque el moquito está verde.

Porque las ambulancias son para trasladar enfermos graves.

Porque en los países serios, donde los servicios médicos son serios (y caros), no hace falta que vaya un médico a la casa.

Porque en los países serios si llamás por teléfono a las tres de la mañana por los moquitos de Nachito te atiende un paramédico que sabe, te hace tres preguntas y te dice que le des un bañito, paracetamol o ibuprofeno, líquido y si el pibe está taaaaaaaaaan mal, mañana, saques la nieve (y si es necesario te cagues a golpes), agarres el Volvo y lleves a Nachito a su médico. Ahora que lo pienso, en los países serios hay nieve. ¿Será cuestíon de temperatura que somos tan burros?

Y si en los países serios, tenés 70 años, fumaste toda la vida, te llamás Bjorn, te duele el pecho, el dolor se te va a los brazos, estás transpirando y te falta un poco el aire. Te atiende la misma persona (que no es médica) y te manda una ambulancia que es como un camión, que lleva oxígeno, adrenalina, nitritos, cardiodesfibriladores, sueros, jeringas y en la que van...

¿Dos médicos?

No.

Dos "PARAmédicos". Dos señores que hicieron una carrera y que saben cómo se atiende y/o resucita a un moribundo.

Y por si no se dieron cuenta, al septuagenario, que se llama  Bjorn, le está estallando el bobo de un infarto.

En nuestro país, algún vivo, algún día, inventó el médico a domicilio. Inventó que vaya en ambulancia. Y nos hizo creer que eso es calidad y que si no va la ambulancia a la casa en 15 minutos a sonarle los mocos a Nachito "es una vergüenza y un escándalo" y Nico se lo va decir a Longobardi y el ingeniero Jorge (Bonnet Rivarola, papá de Nico) va a mandar una carta a La Nación y Teresita (Nuñez Saavedra de Bonnet Rivarola, la mujer de Jorge, mamá de Nico, suegra de Maca y abuela de Nachito) se lo va contar a sus amigas para que le llegue el asunto a Magdalena (Ruiz Guiñazú) y lo diga a la mañana por Continental. Y Magdalena, a quien respeto, alguna vez se ha hecho eco de esas quejas.

Y el Jonatan, habitante de una de las 31 villamiserias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, trabaja limpiando parabrisas en Salguero y Libertador y nunca vio a un médico.

Y así están las cosas.

¿Terminaremos algún día de hacer las cosas tan mal?

En el país desarrollado:

Nachito se llama Theo
Nico se llama Lars
Maca se llama Ingrid
Lena se llama la médica de Nachito
Suecia (por ejemplo) se llama el país

POSDATA:
No soy comunista, ni mis ideas "zurdas". Soy consciente de que en muchísimos países del mundo ni siquiera hay atención sanitaria, soy consciente de que en la gran mayoría de los países del mundo (aun en los muy desarrollados) la atención sanitaria es mala e inequitativa, pero también sé que hay países del mundo en los que la cosa funciona muy bien: Suecia, Noruega, Finlandia, Holanda, Canadá, Reino Unido y algunos más (en todos nieva, estamos jodidos). Y también sé que si no tuviéramos tantas y tan burras autoridades sanitarias (polítcos, sindicalistas y médicos con fines de lucro), en nuestro país, las cosas se podrían hacer mejor.

Y digo estas cosas no porque me crea un iluminado sino porque también soy consciente de que muchos de los que me leen y casi todos los que no me leen, jamás repararon en que una ambulancia por un resfrío es una bestialidad.

Abrazos y paracetamol.