Recientemente un nuevo protocolo, el test de saliva, tan inútil como distorsivo, como distractor de recursos, como irrealizable, se sumó a la ya larga lista de protocolos (suena serio llamar protocolos a estas fantochadas) que nuestras iluminadas autoridades impusieron, vociferaron, mal utilizaron y luego abandonaron, entre otros, recordemos:
La cuarentena más larga del mundo
Un año escolar perdido
Los hoteles para viajeros al principio
Los voluntarios que irían a asistir a los ancianos pagándoles sus facturas, haciéndoles las compras, etcétera
La internación de los positivos asintomáticos y los casos leves en grupos de bajo riesgo
Un ridículo protocolo para runners
Diferentes aplicaciones inteligentes
Unas pistolas para medir la temperatura que no sirvieron para nada
Rápidamente, tomamos la delantera, mostramos gráficos que nos ponían entre los países más exitosos del mundo en la lucha contra el virus, criticamos a Suecia y cuestionamos la seriedad de científicos como Johan Giesecke, uno de los más importantes epidemiólogos suecos, por decir que “en la Argentina van a haber 15 mil muertos”.
El trasnochado gobernador de Buenos Aires, la provincia limítrofe que nos declaró la guerra, habló recientemente de cuarentena previa para quienes deseen pasar las fiestas con sus familiares mayores y desde este martes, quienes ingresan a la Ciudad deben hacerse un test de saliva para determinar si tienen coronavirus. Esto incluye a los visitantes del interior o de países limítrofes, pero también a cualquier residente que regrese a la Ciudad después de un viaje de más de 72 horas a cualquier punto a más de 150 kilómetros de distancia. Como, por ejemplo, todos los que se fueron a la costa aprovechando el fin de semana largo. Pero, ¿cómo saber quién se fue de la Ciudad para hacerle el test? Un test, además, poco sensible y con una estrategia de implementación y de interpretación fallida.
Si venís en avión o tren, pan comido, porque los puntos son pocos. Si entrás en auto, la cosa se complica, estás obligado a “comparecer” en un punto de testeo dentro de las 24 horas. Si no vas, el Gobierno de la Ciudad, no escatimará recursos, te detectará, te avisará y hasta te multará:
“En cualquier caso, si las autoridades verifican que alguien ingresó a la Ciudad y no realizó el testeo, podrán aplicarle las sanciones previstas por el Decreto de Necesidad y Urgencia N° 2/20, publicado el 26 de marzo. Allí se fijan multas de 500 a 3.700 unidades fijas (entre $10.700 y $79.180) para quien omita el cumplimiento de las normas relacionadas con la prevención de las enfermedades transmisibles.”
Es decir, un nuevo dislate, una nueva sandez sin posibilidades de éxito alguna, un excelente protocolo para no poder cumplir, para no poder rastrear, para no verificar nada, sin sentido por donde se lo mire, pero que saldrá muy caro, que distraerá más recursos, que a algunos les permitirá hacer su negocito, que no servirá para nada, excepto para eso, para el negocito oportunista, para aumentar la pobreza distrayendo más recursos y para que las autoridades se luzcan por “hacer” por no dormir, por velar paternalísticamente por su población, comprándonos un helado si nos portamos bien y haciéndonos chas chas en la cola si no cumplimos con sus sabios consejos. De paso, nuevos cuellos de botella, nuevos aglomeramientos de gente haciendo colas para escupir: escupir para arriba.
Hoy tenemos 40.606 muertos, se equivocó Giesecke, poco serio; con 895 muertos por millón de habitantes, ingresamos a los top ten. Seguramente destruimos la economía, creamos una pobreza formidable, aumentamos la mortalidad por otras causas, aumentamos la violencia doméstica, la delincuencia, creamos nuevos delincuentes desesperados porque desapareció la changa diaria, empoderamos farsantes, charlatanes, políticos que hacen su veranito y su campaña.
De la pobreza y la degradación y sus impactos a mediano plazo nunca se habló: nunca se habló del elevadísimo costo de oportunidad que pagamos por confiar en la cintura, la inteligencia y la creatividad de funcionarios y asesores vernáculos. Ni se hablará.
El argumento de: si no hubiésemos hecho lo que hicimos, todo habría sido mucho peor, hoy suena bastante débil, a menos que una, vez más, pensemos que el SARS-COV-2 tampoco tolera nuestra brillantez, nuestro éxito innato y se ensañe especialmente con nosotros. Los suecos, alguna vez dijeron “a la larga, los números van a ser todos más o menos parejos”. Les dijimos de todo, nuevamente nos sentimos discriminados por nuestro ángel, por nuestro nosequé por ese queseyó de las callecitas de Buenos Aires.
Sin ser epidemiólogo, sin ser experto, sin leer demasiado de estos temas que agobian y no conducen a nada, creo que en algún momento, como ocurrió y está ocurriendo en el mundo, se vendrá el rebrote.
¿Qué regalitos nos prepararán nuestras autoridades omniscientes para el rebrote? ¿Qué inventos nuevos tendrán? ¿Con qué nuevos protocolos y “apps” nos sorprenderán?
¿Seguiremos con protocolos, con galimatías interminables que nadie entiende, nadie puede ejecutar, nadie puede cumplir?
¿Y si en lugar de seguir inventando, sacando ases de la manga que resultan ser cuatros de copas, preguntamos, o de última imitamos, a los que les salieron mejor las cosas?
¿Seguiremos escupiendo para arriba; arruinándonos la vida?