domingo, 20 de marzo de 2016

Abscesos familiares

A Matías Tonnelier, Médico de Familia.

Rocío no tenía nada, solamente quería tener una prepaga porque nadie debe estar sin cobertura, es sabido, y la salud pública no es muy cómoda cuando se la necesita, también es sabido.

Quien le vendió el paquete de salud, me pidió si podía ser su médico y le dije que sí. Mi población se va poniendo vieja, muy vieja y cada tanto no está mal tener una gota de rocío.

Cuando Rocío viene a su consulta de primera vez, como hago con todo el mundo, lo primero que le digo es: “Lo escucho, o la escucho o te escucho”.

Viene a ser la apertura, los principales titulares que, en muchos casos se limitan a un:

-Bueno, acabo de cumplir cuarenta años, no voy casi nunca al médico, sé que está mal y quisiera tener un médico de cabecera y hacerme un chequeo, soy sana, no tengo nada.

Yo: ¿Me dejás que te haga unas preguntas sobre tu vida?

Paciente: Sí, claro

Yo: Naciste el 24 de mayo de 1978…

Paciente: Sí

Yo: ¿Hija de…? El nombre de tu papá,

Paciente: Félix

Yo: ¿Vive?

Paciente: No sé, mi papá se fue de mi casa cuando yo tenía tres años y nunca más lo vimos.

Primer silencio, primera pelota peligrosa, pelota que se mete alta en el área, que amenaza con lastimar, futbolísticamente hablando.

Rocío se endereza, sus ojos brillan más…

En los cuatro o cinco minutos siguientes construyo en palabras lo que se llama un genograma, un árbol genealógico. Digo en palabras porque antes lo hacíamos dibujándolo y ahora, uno de los (pocos) déficits de las historias clínicas electrónicas es la dificultad para hacer un genograma.

Uno mira un genograma y ve muchas cosas.

Siempre ando con un cuadernito. Está lleno de genogramas.

Rocío es kinesióloga, vive sola, vivió en pareja siete años hasta hace dos, no tuvo hijos, tiene una hermana que vive en la provincia de Buenos Aires, su madre también, su padre se fue cuando ella tenía tres años y muchas cosas más…

Como Rocío es sana, es decir, no tiene ninguna enfermedad, le digo que todo está bien, le doy mis teléfonos, mi email, mis días y horarios de atención, le digo que puede consultarme sin turno al final de cada uno de mis consultorios si me necesita y no tiene un turno disponible.

Rocío: ¿Y cuándo lo veo?

Yo: No sé Rocío, cuando quieras. En principio no tenés que verme.

Pero Rocío vuelve. A las dos semanas, a las tres, a las cinco.

Pide consultas, fue a guardias, le dolió el cuello, fue a un traumatólogo, le hicieron una radiografía, como si la radiografía fuera a mostrar algo de lo que le pasa, le hicieron “kinesio”, como si la “kinesio” fuera a solucionar algo de lo que le pasa a Rocío, le recomendaron natación, como si nadando fuera a solucionar algo, a menos que ahogue sus penas o se ahogue Rocío, claro está, por eso de que “muerto el perro se acabó la rabia”,

Vuelve a verme, le pregunto qué le pasa.

Me habla de su cuello, de su panza que se hincha después de comer, de una picazón en la garganta.

Le pregunto qué le pasa.

Rocío: estoy cansada todo el día ¿No me faltarán vitaminas?

Yo: Rocío ¿Podrás decirme qué te pasa?

Rocío: No entiendo le estoy diciendo…

En la consulta surge lo que no pocas veces surge en las consultas de la gente que dice ser sana pero en un mes va tres veces a distintos médicos, se hace estudios que no tienen justificación, busca especialistas y consultas y relajantes musculares, y kinesiología y yoga y osteópatas y cremas humectantes y lunares que cambiaron de forma o picaron…

Rocío quiso tener hijos y no pudo, Rocío tiene un trabajo de mierda y un jefe peor, Rocío nunca vio a su padre y ahora se enteró de que anda con ganas de verla o Rocío se llama Esther,  tiene ochenta años y no tiene nada que hacer excepto ir al médico a hacerse estudios y comprar medicamentos que no sirven para nada e ir a kinesiólogos que le pondrán una plaquita caliente en el cuello y a los cinco minutos le dirán que ya está…

La medicina, mejor dicho los médicos, le vendieron espejitos de colores a la gente, le crearon hipótesis de conflicto, le hicieron creer en una prevención que hace mucho más daño que beneficio.

Un amigo mío, cada vez, innecesariamente, más cínico me dirá: Bueno, de eso vivimos.

No, yo no vivo de “eso”.

Si Rocío entiende que su problema no se ve en las resonancias ni se va con masajes fútiles, ni con vitamina C, ni con frío ni calor, si Rocío entiende que lo que le duele es el alma porque nunca vio a su padre y porque cuando quiso tener hijos no pudo y ahora le quedan cuatro óvulos y no ve ningún espermatozoide plausible…

Rocío al menos sabrá por dónde están pasando sus problemas, sus “ruidos”,

No necesito hacerle placas, resonancias, ecografías, “teesehaches” (TSH) ni darle vitaminas, kinesio ni nada.

No vivo de “eso” amigo.

Vivo de que Rocío pueda ver su realidad, sin venderle espejitos de colores.

El genograma de Rocío es un absceso, un absceso lleno de “pus” histórica, familiar y personal, que habrá que drenar, pero no con aparatos ni vitaminas.



Un genograma en mi cuaderno