Con mucho
menos de lo que pienso, me calificarían de misógino a la vuelta de la esquina.
Si dijera
que odio los asados de hombres por sus chistes perogrullescos, con doble
sentido y muy frecuentemente misóginos u homófobos, su exceso de deportes, y
porque las manadas de hombres se comportan de una forma tan predecible como tonta
y que les pondría una bomba y saldría corriendo, ellos no dudarían en decirme:
está bien puto, no vengas más. La sociedad culta en cambio, seguramente no me
diría andrógino, ni violento; tendría unos cuantos votos a favor.
Si dijera
que no pocas consultas de mujeres de clase media alta para arriba, por encima
de los 60 me causan alergia, y que desearía tener un botón que abriera el piso
donde está la silla de mi hiperpreventiva señora que me dice todo lo que le
debo hacer en nombre de la prevención, seguramente me dirían misógino y
violento.
Pues bien,
si sentirme muy incómodo con esas cantinelas y desear que, como dice la letra
de “Ojalá” de Silvio Rodríguez:
Ojalá se te
acabe la mirada constante
La palara precisa, la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora, un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto, para no verte siempre
En todos los segundos, en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones
Si sentir
esto es misoginia o violencia. Pido perdón.
Hemos
hablado años de medicina basada en la evidencia, de cuidados médicos
gerenciados; ahora, empezamos a hablar de toma compartida de decisiones, de
práctica centrada en el paciente, de perspectiva del paciente y su familia y de
cuidados de salud basados en el valor (CSBV).
En otra de
nuestras cruzadas en pos de los cuidados de salud más eficientes, algunos
interesados empezaremos a hablar de valor y lo definiremos como:
La creación de valor implica la
optimización plena de todos los resultados generados, e implica los
resultados que importan al paciente, tanto en calidad de los servicios como en satisfacción percibida y los costos incurridos a lo largo de toda esa travesía. El valor crece toda vez que los costos de lograr los mismos o mejores resultados bajan.
Y verán esta fórmula:
El gran
problema, la gran brecha que existe en esta fórmula, es que muchas veces, los
pacientes, y lamentablemente también no pocos colegas, perciben como valor al desperdicio, es decir a las
prácticas fútiles que no solo no mejoran, sino que hacen perder tiempo, sacar
conclusiones erróneas y gastar mucho más “en nombre de la prevención”. La
vitamina D, es un ejemplo tan de moda como paradigmático.
Un 80 por
ciento de los estudios que ordeno no los haría. Ninguna determinación de
vitamina D de las que ordené en los últimos años, pasó por mi cabeza. Me la
insuflaron.
Y no me
rotulen de misógino: voy a hablar pésimo de la vitamina D, en el caso de que la
vitamina D se auto perciba como femenina y no me pida que le llamen “le
vitamine D” o que me digan machista por llamarle 25-hidroxi-colecalciferol, caso
flagrante de masculinización inapropiada.
Pues ahora,
estoy cansado de las mujeres sesentonas y de la vitamina D.
¿Por qué
las mujeres? Porque muchas más llegan a ancianas, porque no pocas hacen de la
medicina su agenda, porque unas cuantas escuchan la radio a la mañana, porque
te imponen los análisis que les impuso el chanta mediático de turno o el
periodista indocumentado o el colega indocumentado o “untado” … y porque encima,
cuando expresás tus conocimientos (no digo tu “opinión” sino tus conocimientos)
… no te creen.
Salgan a
las confiterías de Palermo, de Recoleta, de Almagro, de Caballito a las seis de
la tarde y miren quiénes son los clientes: todas señoras bien arregladas.
Acérquense a una mesa y traten de escuchar sin ser percibidos unos diez
minutos: apuesto a que a los pocos minutos escucharán dermatólogo, o vitamina
D, o densitometría o agua mineral o fibras.
El costo
obsceno de la cantidad de determinaciones plasmáticas de vitamina D que se
hicieron en los últimos 5 años le daría de comer, o de vestir o de leer a unos
cuantos de esos niñitos que andan descalzos, con los pañales pesados de pis,
con el cuerpo negro de mugre, con hermanitos abriéndote la puerta en los
supermercados.
La cantidad
de frascos de vitamina D que se han tomado nuestras Eos, las que nacen de la
mañana, las de dedos de rosa, serviría para abrir y mantener unos cuantos
colegios.
Se puso de
moda, nos la metieron por las narices e hicieron que ahora, descubramos que a
nuestras madres y a nuestras abuelas que ya viven más de 80 años: les falta
vitamina D.
Querida
Eos: no sirve para saber cómo estás, sus niveles plasmáticos no hablan de cómo
estás, ni de si te falta ni de si tienes que tomar un frasco cada tanto o unas
gotas por semana y ni siquiera se han identificado condiciones que se corrijan
ni vidas útiles que se alarguen por tomar vitamina D.
Hemos
destruido valor, hemos aumentado los costos para nada.
Amo la
práctica de la medicina, la amé toda la vida, pero a ésta, a la medicina de las
radios, de una pésimamente entendida “prevención” y a las señoras que vienen a
pontificarme sobre qué es la prevención y qué estudios les debo hacer a ellas y
también, por qué no, a sus maridos: a esa medicina la tiraría por la ventana, y
si se considera mujer, le pediría el divorcio.
Referencias
https://www.uspreventiveservicestaskforce.org/uspstf/recommendation/vitamin-d-deficiency-screening