sábado, 6 de julio de 2013

Machos alfa

Un ateneo es una reunión de profesionales en el que uno de ellos suele presentar un caso y esta presentación puede tener diversos fines: discutir un paciente complejo cuyo diagnóstico no está claro y mediante el relato, la evaluación de resultados de estudios, el planteo de hipótesis, etcétera, cierta luz puede surgir y el caso aclararse, mejorarse o cambiar de rumbo. En otro tipo de ateneos, los clínico-patológicos se le da un caso que tiene diagnóstico a un profesional que no lo conoce y éste luego de estudiarlo lo presenta en público, plantea las hipótesis diagnósticas y mediante el razonamiento clínico suele terminar planteando un determinado diagnóstico: Luego de un murmullo general el anátomo-patólogo, cual juez en un caso penal en juicio oral y público, emite el veredicto, el diagnóstico final. La presentación del caso antes de la discusión suele terminar elegantemente con la frase “Un procedimiento diagnóstico fue realizado”. El médico que analizó y discutió públicamente el caso puede terminar el mismo diciendo “En mi opinión, el procedimiento diagnóstico realizado fue una biopsia hepática y el diagnóstico más probable de este paciente es una colangitis esclerosante primaria”… murmullo, silencio que se corta con una navaja, el patólogo (sin toga ni martillo pero bien podría tenerlos) se sienta en la tarima y dice: “Fueron enviados a Anatomía Patológica varios fragmentos de tal tamaño y color…”, haciendo la descripción macroscópica del material… “Los mismos fueron preparados…” describiendo la preparación; “Se realizaron tres tipos de tinciones…” y la tensión va creciendo… “… en todas las muestras se observaron extensas áreas de colangiectasia con obliteración fibrosa de los conductos biliares intrahepáticos”. Un murmullo final de aprobación suele acompañar a la última frase del patólogo: “En resumen, el procedimiento diagnóstico fue una biopsia hepática con aguja fina y el diagnóstico final es colangitis esclerosante primaria…” Algunos mueren de envidia, otros felicitan al presentador, todos se van discutiendo y, fundamentalmente, con un poquito más de conocimientos. Este tipo de ateneos el más marketinero, si se me permite la expresión, suele ser el más impactante. 

Y hay otros ateneos, varios. Discusión de casos clínicos agrupados en algún determinante común, presentación de casuísticas de un determinado servicio; ateneos radiológicos en los que se discuten imágenes; presentaciones de casos complejos ante comités de ética; presentaciones de protocolos de investigación, etcétera. 

En las viejas y tan admiradas “escuelas de medicina” el estilo era bien otro. No llegué, por suerte, a padecerlo, porque por un lado cuando empecé mi residencia ya no estaban tan de moda y porque por otro lado, tuve la suerte (sí, la suerte) de haber entrado a un hospital muy pluralista en el que mis jefes, mis maestros, Mario Cámera, Enrique Beveraggi, Carlos Gianantonio, Rubens Granillo, Lía Ricón, Germán Welz, Hernán Doval, no eran “machos alfa”. 

Tuve la suerte, de no haber pisado las grandes escuelas de “machos alfa” de la argentina; de la Facultad de Medicina de La Plata, salté al Italiano y ahí me quedé. 

Pero en mis épocas de residente y aún ahora me da escalofríos escuchar cuando me contaban los ateneos de machos en los que el principal objetivo era el enaltecimiento personal. Ateneos de machos, muy pocas Rosas Luxemburgo lograron sobrevivir a esas escuelas. Ateneos en los que el principal objetivo… y abro un paréntesis para disculparme por tan zafia alegoría, el principal objetivo era “ver quien la tenía más larga”. 

Estos grandes profesores humillaban con la espada con la pluma y la palabra. Sí, me daba escalofríos, cuando me contaban que en esas “catedrales de la medicina” en esos claustros dignos de El nombre de la rosa, había que llegar a las seis de la mañana para preparar todo para que a las seis y treinta en punto de todos los días, salvo los muy pocos en que por suerte viajaba a Europa con su paqueta mujer, el macho alfa entraba ceremoniosamente en la sala, todos se ponían de pie y la víctima subía al cadalso. La víctima era, claro está, el residente. Si era “la” residente, mucho mejor, muchas más feromonas daban vueltas por el anfiteatro. La víctima presentaba aterrorizada su caso, algunas veces el macho alfa había sido informado con anterioridad por un esbirro y consustanciado residente mayor del caso que iba a ser presentado. La víctima era humillada y a veces, contaban con cierto orgullo los sobrevivientes ya grandecitos y devenidos en machitos alfa, a veces, “les rompían la evolución del paciente y les decían que la hagan de nuevo”. Machos alfa, eso es todo. 

El otro día Florencia, residente de cuarto año (el último) de Medicina Familiar presentó su ateneo. Florencia es jovencita y habla en voz baja y sin demasiadas inflexiones, no las necesita. El caso, su caso, centraba la discusión, nada menos que en embarazo no deseado. 

Ni una desautorización, ni una descalificación; desde Dios hasta el aborto, desde la legislación hasta las muertes por abortos provocados que flagelan a miles de mujeres, “anduvieron”, “convivieron” en un ateneo con mayúsculas del que todos salimos tremendamente enriquecidos y reflexivos. Habló Florencia, hablaron médicos de planta, hablaron residentes… ¡Y cómo hablaron! 

No es casualidad, pensé. Nuestro Servicio está en un Hospital muy pluralista y nuestro servicio tiene una conducción y una calidad de profesionales para sacarse el sombrero. En el último mes, participamos de un ateneo en el que discutimos procedimientos diagnósticos con el Servicio de Ginecología y pude oír maravillosa música de consenso o de disenso pero siempre de respeto y crecimiento. Estuve en una serie de charlas en la Academia Nacional de Medicina, campo fértil de los machos alfa del siglo pasado donde no nos habrían permitido pasar por la vereda; tuve la suerte de haber podido dar una de esas charlas en un ambiente en el que convivieron generalistas de primera, médicos de familia de primera, internistas de primera, en un esfuerzo común, hablar un mismo lenguaje en el que el centro, el protagonista, el más beneficiado sea el paciente, usted, nosotros, yo, cuando nos toca ser pacientes. 

Sin duda, hicieron mucho por la ciencia, por muchas cosas fueron ejemplo a seguir, de manera que pasaré respetuosamente frente a sus silenciosos bustos, a sus bronces, a sus cenotafios, pero estoy muy contento de que la era de los machos alfa esté pasando. Quedan aún, sin duda, reservorios mesozoicos en los que las residentes deben llevarle té al macho alfa (los hay, pero no los nombro para no armar escándalo). 

Pero por suerte, el calentamiento global los está derritiendo y está dando lugar a servicios y escuelas como la de Florencia, no la escuela florentina de la ciudad italiana sino la de Florencia, nuestra residente.