jueves, 16 de febrero de 2012

Flojito de ethos

Suele ocurrir.

A principios de año, del año lectivo digamos, es decir, para marzo, los celosos de su salud caen al consultorio con los tapones de punta. Vienen con doce horas de ayuno, traen la primera orina de la mañana (absurdamente la primera porque la segunda, la tercera o la décima suelen ser iguales, aunque esta costumbre venga de una época en que se hacía una cosa que se llamaba recuento de Addis, que hoy no sirve para nada), se sientan ante nosotros con cara de "no hace falta aclararlo" y nos anuncian que ese cuerpito gentil "viene a hacerse el chequeo anual". Algunas veces reclaman que esta vez quieren algo profundo “Lo más completo posible” aclaran (¡No es cuestión de andar jodiendo con la salud che!).

Algunas veces, no pocas (lo que le quita originalidad) ante la pregunta retórica:

-¿Cómo anda Ponce?
La respuesta de Ponce no se hace esperar
-Eso lo dirá usted doctor

Hace unos días, un paciente mío, joven, de unos cuarenta años, con un tostadito de recientes vacaciones playeras, con una chombita impecable con animalito verde pegado en el pecho se sentó y me anunció su disposición a entregar su cuerpo a las gasas y algodones para que le diga cómo estaba.

Miré su historia clínica para recordarme ante quién estaba, médicamente hablando:

Ningún antecedente familiar de importancia. Y cuando digo antecedente familiar de importancia me refiero a un puñadito de cosas que se cuentan con los dedos de las manos como diabetes o enfermedad coronaria prematura en padres y/o hermanos o alguna enfermedad hereditaria, cuya presencia en ancestros nos pone en cierto riesgo de padecerlas.

Ningún antecedente personal de importancia. Es decir, nuestro Adonis, en todo el tiempo que lo conozco, que no es poco, no tuvo nunca una enfermedad.

Ningún factor de riesgo de importancia. Es decir, nuestro Titán no fuma, no bebe, no había tenido la presión alta, no tiene un gramo de grasa demás, hace ejercicio aeróbico (es decir corre o camina) y lo matiza con un toquecito de fierros en gimnasio (como para mejorar la estética ¿Vio?).

Sus presiones arteriales, tomadas todas las veces que vino a verme, en las condiciones requeridas: normales.

Le tomo la presión una vez más: normal.

Lo peso y lo mido, innecesariamente como siempre que pesamos y medimos (salvo bebés y niños) porque antes de que la balanza nos lo confirme, el gordo es gordo y el flaco es flaco y bueno sería que gastemos toda esa plata que tiramos en balanzas en cosas más útiles que en andar reclutando obsesivos de la balanza para que los gordos sigan siendo gordos o dejen de serlo por un tiempo, sin que haga falta que la báscula nos lo confirme.

Ausculto su corazón, innecesariamente también, porque la auscultación de una persona ya auscultada no suele cambiar de un día para el otro así porque sí ni asá porque asá.
Resultado: corazón sin agujeritos.

Ausculto sus pulmones, también innecesariamente por las razones antedichas (véase corazón sin agujeritos) elevadas al cuadrado. Es decir, si a uno no le falta el aire, o tose y vuela de fiebre, es casi imposible que la ceremoniosa auscultación nos revele algo. Yo suelo cerrar los ojos cuando ausculto. Un acto que imité de uno de mis maestros que le da seriedad, profundidad, al acto auscultatorio. Me convierto en ese instante en una especie de cura confesor de suciedades cardio-pulmonares. Con la ceremonia suelo afligir involuntariamente,  por un instante, a mi feligrés para después, cuando me alejo para sentarme en el escritorio colgándome el adminículo en el cuello hacerle "volver el alma al cuerpo" diciéndole que todo está bien.

Su corazón bien, sus pulmones bien, su peso, su talla, su presión, su curriculum personal y familiar. Todo bien. Nada nuevo bajo el sol.

Hace unos meses, no sé por qué motivo, ya tenía una batería de cosas innecesarias que incluían su decimoquinta determinación de colesterol, glucosa, glóbulos de ambos colores y otros chiches bioquímicos y eléctricos.

Cuando me senté en el escritorio, lo miré y le dije que estaba todo bien, que no hacía falta que le haga nada, que venga dentro de un año. Porque decirle -Si querés pastá tranquilo en la viña del Señor y venite dentro de dos o tres años (que es lo que corresponde) era matarlo de desilusión, perder un paciente y, lo que es peor para mi sentido de la ética, entregárselo a las fieras que le caerán con todo el peso de los exámenes de cuanto se les ocurra.

Cuando vi desfigurarse su cara pensé, por un instante, que yo había desvariado y le había dicho que le quedaban dos semanas de vida, que tenía un cáncer incurable o una leucemia galopante o un tumor cerebral que le salía por el oído derecho...

La desilusión, la sorpresa y la incredulidad se apoderaron del rostro de nuestro Adonis.

No podía creer que no le hiciera análisis.

Es más, me aclaró:

-Esta vez venía a hacerme cosas profundas, como un electrocardiograma, una prueba de esfuerzo...

Un médico tan insensato como yo, puede haber perdido un paciente. No hubo forma de convencerlo mínimamente de que la orina del frasquito estaba mejor en el tacho rojo y habría estado mejor en el inodoro con el resto de "laprimeradelamañana" evitando el frasquito que tardará tantos miles de años en degradarse y el traslado al hospital frasquito en mano.

¿Saben por qué?

Porque los análisis "de rutina" son un invento que se dogmatizó, es decir que ahora todo el mundo se cree. Se cree y exige. Y ve con malos ojos si uno no los hace.

Porque no haría la mayoría de las cosas que hago y haría muchas que dejo de hacer si "la cultura del análisis no fuera tan fuerte".

Porque si viene un señor de 70, con la presión alta desde hace 20, excedido de peso desde que tiene uso de razón, con el atado de puchos en el bolsillo del cocodrilito verde de  Adonis, con el bigote amarillo, con la voz ronca, con un colesterol y un azúcar altos y me llega a decir que al subir al piso que me separa del nivel del mar tuvo un dolorcito en el pecho y le faltó un poco el aire: Otro gallo cantaría.

Aprieto el botón rojo, le digo tres reglamentarias veces ¡Alto! saco las esposas del cinturón y se las pongo en las muñecas por detrás de la espalda, le leo el juramento hipocrático, le digo que todo lo que declare puede ser utilizado en su contra, que tiene derecho a nombrar un abogado, que a partir de este momento dejó de ser un individuo o paciente y se convirtió en un delito federal y que no espere de mí palabras de aliento ni mimitos sino auscultaciones, extracciones de sangre, cámaragammas, abstinencia del tabaco y del sexo, oración diaria, ayuno, rabanitos, agua mineral y caminatas al aire libre.

Porque no es lo mismo nuestro Adonis de 40 que nuestro Belcebú de 70.

Y porque aunque nuestro Belcebú, se haya sentido sano hasta que transponiendo la puerta de mi consultorio 12 yo, con la soberbia de las estadísticas lo haya convertido en un demonio al borde de la muerte y le haya cacheteado la autoestima,  tengo, digamos, la fuerza de las estadísticas.

Estadísticas para nuestro Adonis a quien le podría decir que de seguir así se tome la presión una vez por año con alguien que sabe tomarla (muy pocos) y ni aparezca por cinco años.

Y estadísticas para nuestro Belcebú a quien le podría decir que a cuarenta o más de cada cien como él, en diez años les habrá pasado algo grave o habrán cumplido el sueño del avisito necrológico propio.

Porque detrás de estos razonamientos y conductas están los conocimientos, está la experiencia personal y la información y la ayuda de mis colegas. Esos con quienes almuerzo todos los días o me cruzo a su consultorio cuando mi cabeza no da pie con bola para preguntarles qué les parece y siempre me suelen dar una respuesta seria y satisfactoria.

Porque los pacientes tienen derecho a ser informados y que esa información les llegue en los términos adecuados para poder entenderla. Pero a veces, bastantes veces, es difícil comunicar conductas médicas y sobre todo, romper paradigmas erróneos e infundados, como, precisamente el del “chequeo anual bien completo”.

Porque estos términos de por qué no hacerse qué cosa o por qué hacerse esta otra, son muy difíciles de transmitir. Tan difíciles que la mayoría de nuestros colegas aún no los entiende y otros no los quieren entender. No los colegas con quienes comparto mi cotidianeidad ni con quienes almuerzo porque de ellos estoy orgulloso y trabajar con ellos me hace feliz y más informado.

Pero es así, no sirve de nada “hacerse de todo" así porque sí. Muchas veces, ese hacerse de todo, termina enfermando. Créame y deje nomás la orina acá que yo la tiro en el tacho rojo.

¿Cómo doctor, pero entonces no hay que hacerse todo, todos los años?

¿En qué idioma hablo?

Y este escrito se llama "Flojito de Ethos" porque el Ethos, es nuestra capacidad persuasiva como médicos (como leí de Carlos Tajer, un colega que leyó todo y sabe casi todo), y evidentemente, ante tanto bombardeo revisteril, televisivo, radial, peluqueril, nuestro Ethos, nuestra capacidad de convencer, se va aflojando cada vez más.

Hasta la glucemia que viene.

1 comentario:

  1. Como no estar flojito de Ethos?? Como evitar que la nueva cotidianidad pueda aparecer como el único mundo posible? Con médicos que aparecen muchos minutos al día diciendonos que tomemos Activia para un mejor humor, que tomemos no se que para el colesterol y otro que nos indica que debemos tomar para evitar que se nos apolillen los huesos. Odontólogos que salen hasta de las baldosas, esforzandose en un discurso donde cualquiera que tome jugos es casi un criminal dentario. Me tienen podrida, los colegios profesionales deberían hacer algo con esto. A la sensatez le cuesta mucho contrarrestar la publicidad, igual vale la pena no rendirse. Se me están cayendo unos pelos y tengo pocos de origen,e haré una resonancia x las dudas?????

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