Hace unos días Esteban jugó su último partido de fútbol con amigos. Sin
despedirse, partió. Se murió caminando; tenía 41 años, mujer, dos hijos
chiquitos, padres, hermana y, me di cuenta, un montón de amigos, de gente que
lo quería, de conocidos gruñones que me sorprendió ver con los ojos llenos de
lágrimas y sin ganas de hablar cuando, precisamente, no hay nada que hablar.
Me vinculé poco en la vida con Esteban; creo que nunca tuvimos una
charla de más de quince minutos. Una vez, me vino a preguntar si podía atender
a José, su padre a quien luego vi algunas veces.
Cuando Esteban venía al Servicio, subía, se paraba en la puerta de mi
oficina, nos saludábamos y eso era todo.
El otro día, cuando fui a abrazar a José, sentí que estaba dando un
abrazo con ganas y con mucho afecto. José me dijo que quería seguir recibiendo
mis blogs que hasta ahora le enviaba su hijo y de alguna forma me sentí más
próximo a Esteban. Luego vi quebrada a mucha gente que no es de andar quebrándose
fácil, como dije. Yo también, también me quebré cuando nos abrazamos con José y
me quiebro ahora que escribo esto.
Y el sentimiento que tengo es que me perdí de ser amigo de un tipo
sensacional y que si se pudiera volver el tiempo atrás iría corriendo a
buscarlo para ser su amigo, para no perderme un tipo así.
Cuando pasan las horas, cuando retomamos la cotidianeidad, cuando en los
pasillos del hospital nos encontramos, aún con la resaca de la muerte en los
ojos, cuando nos paramos y nos quedamos callados unos segundos, hablar de la
humedad es ridículo, hablar de Esteban no cuaja y sin embargo aún hay que
hablar de él. No cuaja porque ponerle palabras, las que sean es minimizar, es
meterse en lugares comunes, es pelear contra molinos de viento.
Sin embargo, no sé por qué, nos damos licencia, desde el dolor genuino,
para reflexiones en caliente, reactivas, honestas, tontas.
Florencia, ojos llenos de lágrimas me habló de poner desfibriladores. Si
sigo con la lógica de Florencia, lógica franca y que respeto, tendríamos que
poner desfibriladores en los colegios, en los supermercados en los baños, en
los ascensores, en los bares, en los estadios, en los subtes, en los hoteles
alojamiento (como si los otros hoteles no alojaran), en los cines, en los baños
de nuestras casas y en los quioscos.
El mundo estaría lleno de desfibriladores.
¿Salvaríamos más vidas? Sí, seguramente.
¿Salvaríamos todas las vidas? Imposible.
¿Estaríamos discutiendo esto con Esteban? Lo dudo.
El mundo estaría lleno de desfibriladores, los fabricantes de
desfibriladores forrados para siempre, habría logística, distribución y
distribuidoras, verificación periódica, funcionarios que “le tiran” el negocito
a un amigo en comidas en countries donde los langostinos y el champán andan
sueltos y hasta se ponen pesados, con
vuelta de dinero bumerang pero en vez de por lo alto, por debajo de la mesa, en
negro.
Una industria obscena, de esas a las que el capitalismo y la corrupción
nos acostumbran todos los días y nos hacen creer que hay que hacer estas cosas,
que estas cosas salvan vidas. Que Florence Nightingale era un poroto al lado de
lo que ellos hacen.
Los desfibriladores, seguramente, salvarían algunas vidas. Algunas, la
mayoría no.
Salvarían vidas a un precio obsceno, el precio de todo ese circo.
En medicina, en esta ola preventiva que llena las radios y que promueve
la vida eterna, uno de los parámetros, bastante lógico, bastante objetivo (si
no está tirado de los pelos) se llama NNT.
NNT, es el número necesario de tratamientos que debemos realizar para
evitar un evento. A cuánta gente le tenemos que dar drogas para bajar el colesterol
para evitar que uno tenga un infarto o un accidente cerebro-vascular, por
ejemplo.
Este NNT, es la imagen negativa de lo que yo llamaría el NIT, que sería
el número innecesario de tratamientos que realizaríamos para evitar un infarto
o salvar una vida. Si tengo que tratar a 100 para salvar una vida, tengo que
tratar a 99 a los que no estoy salvando sino tratando innecesariamente.
En el caso de los desfibriladores, los vendedores de los mismos,
vendiendo gato por liebre, les van a decir que el uso masivo de desfibriladores
bajaría la cantidad de muertos a la mitad. Uno lee la mitad y dice… ¡Epa! Hay que
hacerlo.
Pero si se mueren 2 por 100.000, la mitad de 2 por 100.000 es 1 por cien
mil…No sé si me entienden.
El número necesario de desfibriladores para salvar una vida, que caiga
justo ahí, cerca de un desfibrilador, no lo conozco pero lo imagino tan obsceno
como imagino tan obsceno el número innecesario de desfibriladores que lo único
que harían es estar colgados y siendo visitados por los verificadores una vez
cada seis meses poniéndole la tarjetita “verificado” y para que el funcionario
reciba su cometa, el empresario facture su sobreprecio y siga, siga el baile al
compás del tamboril y no falten langostinos y champán en el country mientras
los esclavos hacen cola en la puerta para que los de seguridad los dejen entrar
a limpiar las casas por dos mangos en negro.
Con toda esa plata de desfibriladores innecesarios podríamos comprar
otros desfibriladores mucho más efectivos, menos caros, con menos service: comida,
ropa, libros de texto, alguna golosina y hasta alguna entrada al cine para los
chiquitos del África subsahariana o de la 1-11-14 (asentamiento en el medio de
la Ciudad de Buenos Aires).
Cuando decimos que la mortalidad infantil es de cinco por mil en
Recoleta y de 10 por mil en Barracas y de 50 por mil en el África subsahariana
ahí, hay que salir corriendo a desfibrilar, a Barracas y al África.. Con
proteínas, con ropa, con libros y vacunas. Dicho sea de paso, no con las
vacunas sofisticadas que vende el señor de los anillos (de oro) que llena de
vacunatorios el mundo para que los chicos de Recoleta se vacunen hasta contra
el robo del celular.
Florencia: está bien que llores, pero la cosa no pasa por los
desfibriladores. Hay maneras más efectivas para salvar muchas más vidas y por
más desfibriladores que hayan en el planeta, cada tanto, se nos va a ir un
Esteban, como el nuestro.
Esteban: me permito escribir esto, así, tan sobre las lágrimas de los
que te lloramos, porque estoy seguro de que se lo mandarías a tu viejo y te
digo que si me llego a enterar de que hay otra vida después de esta, esperame
en la puerta que ni bien llegue nos vamos a tomar el primer café. Chau Campeón,
cuidate.
no me dejen fuera, quiero compartir con ustedes ese primer café
ResponderEliminarExcelente! como todos los post. Salvo que este viene cargado de muchas emociones. Esteban era también docente de PROFAM y se fue enseñándonos que la vida hay que disfrutarla porque mañana no sabemos lo que pasará. Adiós Esteban!! Estoy segura que la que te recibió con los brazos abiertos fue Mica :)
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