Cándida tiene 72 años; es paciente mía desde hace quince.
Ayer vino a la consulta, sin turno, desde el pueblo de la
provincia de Buenos Aires, de donde es oriunda, distante a 90 kilómetros de
Buenos Aires.
En la consulta relata que desde hace dos meses le duele la
pierna izquierda. Es un dolor que describe como un ardor o como una agarrotamiento
que le empieza en la rodilla, le ocurre cuando camina 50 metros o sube unos
escalones y cede “como por arte de magia” cuando se queda quieta, para
repetirse invariablemente cuando vuelve a caminar y casi a la misma distancia.
Creo que el cien por ciento de los médicos y la mayoría de
los estudiantes avanzados de medicina que lean este párrafo dirán rápidamente:
Cándida tiene una claudicación intermitente. Los más expertos dirán Es una
claudicación intermitente de acá a la China.
Sin embargo Cándida no vive en la China. Vive en Las Marías,
a 90 kilómetros de Buenos Aires.
Consultó tres veces por el mismo cuadro.
La primera colega que la vio, como tiene cierto terreno
varicoso (algunas várices y cambios de color en la piel) y seguramente por lo
que le evocó la palabra “ardor” dicha por cándida, diagnosticó una erisipela y
la trató con antibióticos.
La erisipela es una infección bacteriana superficial en la
piel que ocurre con cierta frecuencia en pacientes que tienen várices, edema y
trastornos circulatorios de origen venoso. La piel se pone roja, se pone
caliente, se inflama. El tratamiento con antibióticos, a veces un poquito de
diuréticos para bajar el edema y medidas como mantener la pierna en alto, son
bastante efectivos.
Pero Cándida no tenía erisipela. No tenía ninguna de las
alteraciones que mencioné arriba. Bastó que dijera “ardor” para que la médica
que la vio pensara en erisipela, la buscara y aun no encontrándola, la
diagnosticara y la tratara. Le solicitó un eco Doppler color venoso de las
piernas, que es un estudio con buena sensibilidad para diagnosticar
alteraciones circulatorias venosas o trombos en las venas. El estudio era
normal, lo que no quiere decir que no pudiera tener erisipela. Pero, claro, no
la tenía. Sin embargo, la médica con la palabra “ardor” tiró el ancla en
erisipela y la encontró aunque no esté. Ancló mal.
Un segundo médico, un traumatólogo conocido de Las Marías a
quien consultó porque no le convenció el tratamiento de la erisipela, hizo una
radiografía de la rodilla y le diagnosticó no sé qué “fisura” y le prescribió
no sé qué antiinflamatorio. Era todo tan claro desde el primer relato de
Cándida que ni siquiera miré la radiografía ni escuché el relato extendido de
las disquisiciones diagnósticas del especialista.
Para mí, estaba claro que
Cándida tenía una claudicación intermitente de la pierna izquierda y si bien no
es del todo correcto, si bien debería haber mirado (o hacer que miraba) la
radiografía, debería haberle dicho que la opinión del traumatólogo estaba bien
y que la de la médica clínica también pero que podríamos pensar en otra cosa,
que es la forma educada, no conflictiva, ética y pacífica de referirse a los
colegas (lo aprendí con los años luego de vilipendiar impertinentemente a
muchos colegas y decir a viva voz que son unos burros).
Si bien no es del todo
correcto “corté camino” y le pedí a Cándida que se saque el pantalón y se
acueste en la camilla. Dudó porque hoy los paciente cuando un médico les pide
que se desvistan para revisarlos, tan acostumbrados a que ni los miren cuando
hablan piensan que revisarlos es casi como hacerles un trasplante (tampoco crean que revisarlos enteros y cada vez que los vemos tiene utilidad). Me miró,
confirmó que se tenía que sacar el pantalón y las medias, quedarse solo con la
ropa interior y acostarse.
En la consulta estaba Antonio, el marido de Cándida quien
sin comerla ni beberla se estaba ligando una clase de semiología.
Cándida, para los colegas, no tenía pulsos poplíteo ni pedio
ni tibial posterior del lado izquierdo. Sí los tenía del lado derecho. Como el
pulso pedio es un pulso fácil de palpar para los legos (no lo son ni el
poplíteo ni el tibial posterior aun para los colegas), tomé los dedos índice y
medio de Antonio, los apoyé en la pierna derecha y le pregunté ¿Qué siente? –Uyyy
siiiiiiií, late dijo Antonio, y con la boca, onomatopéyicamente dijo bum, bum, bum.
Ahora se los puse en el pie izquierdo de Cándida y vio que
ahí no estaba.
La claudicación intermitente (para los legos) ocurre cuando
una arteria de las piernas se ocluye parcialmente. Estando en reposo, el flujo
sanguíneo, aunque muy disminuido, es suficiente para aportar oxígeno a los
músculos de la pierna. Pero cuando uno se pone en movimiento, el músculo
requiere más oxígeno y al estar la arteria obstruida, no es suficiente la
cantidad de sangre, el músculo empieza a trabajar sin oxígeno, se produce una
sustancia que se llama ácido láctico y duele.
Si bien las variaciones
de los síntomas son algo amplias y dependen del tiempo de la obstrucción,
obviamente de la magnitud con que reduce el calibre de la arteria, de la
formación de otros vasos que suplen la falta, que se llaman colaterales y que
patatín y que patatán…
Lo de Cándida era claro, era más claro que el agua.
Cuando conté el primer párrafo, como dije, ya todos los
colegas se avivaron (hasta los oftalmólogos y los cirujanos estéticos); algunos
estudiantes también.
Y entonces… ¿Qué pasó?
Pasó lo que yo llamaría atolondramiento anamnésico por parte
de la médica y sesgo de representatividad por parte del traumatólogo.
Explico:
Anamnesis es el interrogatorio, aclaro. La colega oyó la
palabra “ardor” e inmediatamente se le cruzó la erisipela y ya no pudo escuchar
(y menos oír) más. Tiró el ancla en erisipela y a ella se dedicó.
El colega traumatólogo cayó en el sesgo de
representatividad.
Si uno vive en las sabanas del Serengueti, en Tanzania y oye
ruido de miles de cascos, primero piensa en cebras, casi nunca en caballos. Si
eso mismo ocurre en Saladillo piensa en vacas o en caballos; jamás se le pasarán
por la mente las cebras, a menos, claro está que sea un tanzano, un natural de
Tanzania recién llegado a la pampa húmeda argentina.
El tanzano, digo, el traumatólogo, acostumbrado a ver y a
tener que descartar problemas traumáticos o degenerativos (artrosis de rodilla)
escuchó galopar la rodilla de Cándida y no pudo pensar en otra cosa que en
artrosis. Solicitó una –discutible- radiografía y diagnosticó no sé qué fisura.
A Cándida le solicité un eco Doppler arterial de la pierna
afectada, no un eco Doppler venoso, porque lo que buscaba confirmar era la
alteración arterial, la alteración arterial se confirmó y ahora, con un
cirujano vascular y con Cándida, claro está, discutiremos la mejor forma de
tratar.
El atolondramiento es una enfermedad de todos los tiempos.
Ocurre porque estudiamos muy poco sobre pacientes y más bien leemos sobre
enfermedades o lo que es peor o casi epidémico en estos tiempos, leemos “guías”
y pretendemos que el paciente encaje en la guía en lugar de aprender primero
pacientes, luego guías y ver si el paciente, el único paciente, puesto que cada
paciente es único, puede beneficiarse de la aplicación de la guía.
Estudiamos todas las enfermedades primero, empezamos a ver
pacientes después, muy tarde en la carrera y casi a vuelo de pájaro. Recién
después de muchos años, los que nos dedicamos lentamente a escuchar pacientes,
y oír lo que dicen y juntar lo que oímos con lo que leímos y volver a leer y
juntar las piezas podemos discernir cebras de caballos.
Veo la educación de los jóvenes y muchas veces veo que ya en
el segundo año de la residencia están horas sentados frente a una computadora
aprendiendo a sacar cuentas estadísticas, a ver guías que son como recetas de
cocina, a cuestionar la “validez estadística” de tal o cual trabajo y los
pacientes empiezan a ser “algo que se interpone en el desarrollo de su
racionalidad”.
Estoy convencido de que el cóctel entre ver pacientes,
aprender a escucharlos, aprender a oír lo que escuchamos, aprender a razonar y
reflexionar sobre lo que oímos, aprender a plantearnos una hipótesis y pensar
en que probablemente no sea cierta y pensar en descartarla o confirmarla y
aparte leer, leer temas médicos y críticos debe ser cuidadosamente equilibrado
y administrado.
Los grandes “barmen” de ese cóctel, sin duda, somos los
educadores. Hay un gran camino por recorrer. Aprendimos la medicina de una
forma, la ejercimos bastante equivocadamente de otra. Cuando estamos por dar el
paso al costado empezamos a “ver” se nos empieza a aparecer un forma de cóctel
más sabroso para todos.
¡Salud Cándida, Salud Antonio, Salud Colegas, Salud
Barmen/Barwomen!
*El nombre de Cándida, Antonio y Las Marías son ficticios
por razones de confidencialidad
Muy bueno el relato, y estoy en un 100 x% de acuerdo,quiero agragar,que "escuchar"a Candida en este caso,hacia el diag. ,pero tbn.como vos decis,los años(experiencia acumulada),son de gran ayuda,para el diag.Lastima que dps. "acumular" experiencia, en mi caso35 años,uno se jubila, creo yo en la cumbre de ésta profesion.
ResponderEliminarAsí es. De todos modos siempre considero que antigüedad en la profesión no es sinónimo de calidad puesto que hay gente que lleva muchos años y jamás tocó un libro, otros que dan ganas de jubilarlos ni bien se recibieron. Nosotros no tenemos certificación, ni residencia obligatoria, ni nada que garantice calidad. Saludos
EliminarBuena e imprescindible Cátedra. Ver, escuchar,tocar y pensar de sencillo a complejo. Abrazo(camino a Nqn)
ResponderEliminarBuena e imprescindible Cátedra. Ver, escuchar,tocar y pensar de sencillo a complejo. Abrazo(camino a Nqn)
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