Porque no puedo hacer de todo, lamentablemente, voy muy poco al cine; por casualidad, en este mes vi dos películas: La habitación de al lado, de Pedro Almódovar y El Jockey de Luis Ortega.
La habitación de al lado, para mí, una “porquería sensiblera" (con todo respeto) de un Almodóvar que se hizo su jubilación
americanizándose; una típica película americana. Desde el punto de vista
estético, perfección de imágenes y combinación, almodovariana, de colores y, de
nuevo, bien americana; todo perfecto, ni una miga en el piso, ni una toalla
usada en un baño, ni una bolita en un pullover de lana. Afortunadamente para mi
TOC, cuando desordenan la casa de Martha buscando la pastilla negra, antes de
irse, tan TOC como yo, Ingrid la ordena. Para hablar de eutanasia y suicidio, si me
dan a elegir, me quedo con Las invasiones bárbaras.
Mucho más "imperfecta" pero bien psicótica (como me gusta el cine) El jockey, de Luis Ortega.
Almorzando, un amigo me dijo un día que había visto una película
que le había parecido una verdadera porquería y que lamentó sentir vergüenza
por no poder levantarse e irse. Como es de los amigos de quien uso ciertas
recomendaciones por lo negativo, es decir que, si denuesta un libro, escupiendo
comida mientras mastica apuntando al planeta con el tenedor, salgo corriendo y me lo compro, le comenté la crítica
de mi amiga a mi hija, cinéfila y amante de lo extravagante, de lo bizarro, de
lo psicótico; su WhatsApp de respuesta no demoró un segundo: “Pa, ¿Quién te
dijo semejante burrada?; no te mezcles con esa chusma y andá a verla hoy mismo”.
Así fue, me constituí en el cine Lorca, tan insostenible como romántico a 3 mil
la entrada y me senté exactamente en el medio de la sala, en ese punto donde lo
que desciende empieza a ascender. Alrededor de mí, en forma
centrífuga y prolijamente espiralándose, se fueron sentando los típicos
clientes de películas raras en cines de Corrientes.
Desde el
comienzo bellísimo con: Fumemos un cigarrillo, para poder conversar.
Tomemos alguna copa, tenemos mucho que hablar de Piero, pasando por
Trigaaaaal de Sandro, hasta la última
escena, una psicótica belleza, con mucha más mugre, con mucha más gente oscura
y con muchas más psicosis, como vale la pena ver el mundo.
Para ver
familias a las que se les enferma un niñito y le tienen que hacer un trasplante
de médula que termina bien, me quedo en mi casa o atiendo a mis pacientes. Pero
en todas esas historias de la vida real, hay mucha “psicosis ordinaria” solo es
cuestión de aprender a verla y es como tomarse un ácido.
Me paré y aplaudí en el medio, mientras la espiral se empezó a desarmar haciendo lo mismo. Salí a la calle y una pareja de vaya a saber qué autopercibidos caminaba de la mano, con cabellos de color, rapados a los costados, con medias de red y borceguíes, reflejándose en el suelo por la llovizna, junto con los letreros de Corrientes, mucho más Almodóvar español. Me tenté a pedirles una selfie, pero mi autocensura, por cuestión de respeto al espacio de "les otres", me lo impidió.
https://www.youtube.com/watch?v=N2BSpDERJZk
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