viernes, 2 de marzo de 2012

Una lección de analgesia que me duró toda la vida

Hace ya muchos años, cuando imberbe y entusiasta, cubría la Guardia Central del Hospital Italiano, en mi tercer año de residencia, serían las diez de la noche, hora en que, en esa época, había un parate entre los que van a la guardia después del trabajo, en general por cositas que les preocupan a ellos y a nadie más y las once o doce de la noche, en que ambulancia que caía traía un moribundo o algo parecido, y siempre, por supuesto, alguna "ronchita" rezagada o algún matrimonio que parecía echarle a la sopa del restaurante la culpa de sus desavenencias de hacía años. 

-Lo que me cayó mal fue esa sopa, decía él.
-Lo que le cae mal es su matrimonio, pensaba yo, mientras manoteaba el Sertal.

A esa hora empezaba el baile y entre cansancio y deseperaciones, no dejábamos de sentir que "librábamos la madre de todas las batallas". Y muchas veces, aparte de nuestra imaginación, las batallas se libraban.

Pero ese día, a las 10 de la noche, el parate que nos dejaba cruzarnos al restaurante de enfrente y velar las armas para la guerra del fin del mundo, se vio interrumpido por la irrupción con portazos y desesperación de un padre que traía a su niñito de unos ocho años con un pie colgando, y sangrando, por la travesura de sacarlo por la puerta jaula del ascensor mientras estaba en funcionamiento.

Los traumatismos, suelen venir, por esas costumbres legas, envueltos en toallas.

Hice poner al niño en una camilla, saqué la toalla y miré lo que pude entre gritos desesperados del pobrecito y no menos desesperados y angustiados del padre. Hice las primeras verificaciones y "sana, sana culitos de rana" que de nada servían y me dispuse a hacer el papeleo de órdenes de radiografías y llamar al traumatólogo. 

Habrían pasado unos quince minutos en la guardia y una hora del accidente cuando ya estaba el camillero y junto con la enfermera pasábamos a niño y padre a una camilla para trasladarlo a rayos cuando entró a la Guardia Central, José Zabludowski, nuestro Interno de Clínica. 

Sin que yo se lo comentara y casi sin mirarme, pero sin ningún tipo de soberbia, miró a la enfermera, le ordenó que cargue morfina en una jeringa y le hizo, él mismo,  al niño una inyección subcutánea de morfina. 

Esa morfina le sirvió al niño, le sirvió al padre, le sirvió a la enfermera, le sirvió a toda la guardia...

José me dijo:
-Cuando hay un traumatismo, lo primero que hay que hacer es calmar el dolor.
Lo entendí. Vaya si lo entendí. Me sirvió para toda la vida.

Después, ese ejercicio de la morfina en el momento preciso les sirvió a muchísimos pacientes que yo recibía en postoperatorios inmediatos en unidades de terapia intensiva.

Anciano que llegaba recién operado a mi guardia, con un tubo endotraqueal, con el cuerpo helado, sus rodillas llenas de livideces, con los ojos vidriosos de dolor, angustia y desesperación, encontraba en "mi morfina"  (la morfina de José) la paz de un postoperatorio que pudiendo haber sido un calvario, eran un remanso. 

Morfina y frazadas primero y después trabajar tranquilos. Poner vías centrales, medir diuresis, hidratar, controlar la presión... todo era más fácil. Como debía ser.

Algunos días después, cuando el caso evolucionaba feliz y favorablemente, ese día en que el anciano se ponía los anteojos y el olor a muerte era reemplazado por el olor a la primera sopa y Polyana traída por su mujer o sus familiares y hasta había un diario, o revista de actualidad, empezaban mis acercamientos en busca de reconocimiento por mis patrióticos y abnegados servicios prestados. No pocas veces... no pocas veces "el perro encontraba su bizcocho". Cuando convaleciente, a punto de irse al piso y no vernos nunca más, mi circunstancial paciente me decía:
-Usted doctorcito (yo tenía cara de estudiante secundario, mucho después de serlo), va a ser una eminencia.
-Gracias, decía yo. Gracias José, pensaba.

Alguna vez, probé mi destreza morfínica con alguna tía con fractura de clavícula, lo que me valió el doctorado honoris causa familiar.

Así como Moisés enseñó que primero se llena la panza y después se educa. José me enseñó que primero se calma el dolor y después se piensa.

En mi Hospital (sí, mío), ahora la analgesia es reglada y efectiva. También los pacientes son más graves. Pero no dejo nunca de pensar, y no pocas veces de comprobar, que en muchos lugares y guardias, la analgesia se olvida.

Y, muchas veces, vaya estupidez, "se preserva el dolor como un signo valioso para ver cómo evoluciona el paciente". Repito, ¡Vaya estupidez! Como si no hubiera mil signos más para ver cómo andan las cosas.

Hoy lo busqué a José en Facebook. Está pintón, vive en Tel Aviv y su personalidad, no parece haber cambiado mucho. No hubo forma de vincularme  porque no comparte su amistad. ¡No la compartía en vivo y en directo la va a compartir por Internet! 

Si alguien lo ve, hágale llegar esto.

Gracias José. Con qué poca cosa (que de poco no tiene nada) me hiciste eminencia y a cuántos nos sirvió.

5 comentarios:

  1. Dr. García: Me duele, y mucho, que usted esté atravesando una etapa de nostalgia y melancolía.

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    1. No puedo entrar en los comentarios de tus escritos de MEDICO DE CABECERA. Te ruego que tú mismo introduzcas mi modesta opinión:
      "A mí no me duelen la nostalgia y melancolía que rezuman los valiosos comentarios profesionales del Dr. Carlos E. García (Charlie para los amigos), porque lo conozco personalmente y sé que no son recuerdos tristones como parece desprenderse de las palabras "nostalgia y melancolía". Lo que contienen sus recuerdos es un profundo humanismo y un gran amor por su profesión..Un abrazo, Charlie. HILARION LILLO ROCHE.

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  2. Este post me ha puesto a pensar; Ando transitando aun por ese camino medio cuesta arriba que es la carrera de medicina, ya casi casi terminandolo y practicamente a semanas de irme al rural -atender pacientes como si fuera doctora en un pueblito venezolano- me cae como anillo al dedo el consejo lleno de empatia que José le dio!

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  3. Una Inminencia Charly, la inminencia analgésica!

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  4. A principio de los 90 conocí a la música y cantante Laurie Anderson quien vino a Bs As a presentar su disco “Home of the Brave”. Introdujo uno de los temas contando una anécdota que le ocurriera en una guardia de Maniatan luego de meter un pie y torcérselo por una alcantarilla.
    Ella entró rengueando y pudo ver que la guardia era un caos con gente mil veces mas grave que ella. Pasaron unos minutos desoladores hasta que sintió la voz de un Enfermero que la miró y le dijo: “Eso debe doler mucho”. Luego, le aplicó un calmante.

    Diez años más tarde entro a la Guardia del Hospital de Urgencias de Córdoba acompañando a un amigo que había intercambiado ideas con patovicas de un boliche de Plaza España.
    Las ideas le habían dejado un par de heridas cortantes en el cuero cabelludo.
    Mientras lo suturaban, entran dos chicas. La primera llevaba a su amiga en silla de ruedas con la pierna evidentemente fracturada.
    Como sabía que los colegas demorarían la atención por la sutura de José, me acerqué (sin nada que me identifique como personal sanitario) y le pregunté: “¿Te duele mucho?”
    La chica disparó una respuesta malhumorada: “¿Y a vos que te importa? Metete en tus cosas”.
    Las chicas seguían enojadas por una pelea callejera y solo esperaban atención profesional.
    No me arrepentí por mi intervención desafortunada. La próxima vez lo haré mejor seguramente.

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