A Oliverio
le duele la espalda, aparte de que se queja de estar cansado. Todas las
consultas terminan, luego de mis últimas palabras con la mirada de Oliverio
esperando algo más, no creyendo que no pueda haber una solución.
Oliverio,
como consecuencia de mi frustración y la de él, claro está, va a una
traumatóloga.
Oliverio
vuelve de la consulta con la traumatóloga a que yo le traduzca, le explique, le
descifre, si vale la palabra, todas las cosas que en los pocos minutos de la
consulta escribió la traumatóloga en cuatro recetarios diferentes:
En el
primero: RPG x diez sesiones (diez sesiones de rehabilitación postural global).
En el
segundo: Gimnasia médica x 10 sesiones.
En el
tercero: FKT x 10 sesiones (diez sesiones de fisio-kinesio-terapia).
En el
cuarto: natación, aquagym, yoga, tai-chi, pilates. Todos encerrados en una
llave que termina apuntando “3 semanas”.
Varios
colores (rojo, azul, violeta y verde imagino) van subiendo por mi cara a medida
que veo los recetarios.
Oliverio
hace varias consultas a las que desde hace un tiempo lo está acompañando su
hija. Gente muy buena Oliverio y su hija; ambos incapaces de elevar siquiera la
voz o quejarse airadamente. Entonces, los colores imaginados (rojo, azul, violeta
y verde) que suben por mi cara, hacen de victimarios. Oliverio, y su hija
ahora, son víctimas del “cada maestrito con su librito” como suele decir la
gente ante las contradicciones que exhibimos y ante las que los exponemos los
médicos.
La medicina
prometió y promete de todo, hace creer diariamente por las radios, los diarios
y la televisión que todo se puede prevenir.
¡Ah! Olvidé decirles
que Oliverio tiene… 89 años. Sí, 89 años.
Los
traumatólogos manejan muy bien el trauma y los problemas ortopédicos que son
operables, quirúrgicos como decimos los médicos. Como las artrosis de cadera o de rodilla o las hernias
de disco cuando se tienen que operar. Y al que le duele la espalda le hacen una
radiografía, que en general no aporta nada, porque la semiología sirve en la mayoría
de los casos para saber qué es lo que está pasando, y, casi invariablemente le
indican 10 sesiones de fisio-kinesio-terapia.
Pero a la
artrosis y a la vejez no las "cura" nadie. Nada hay para curarlas. No es cuestión de
vitaminas, las inyecciones no son mejores que las pastillas, el cartílago de
tiburón es una mentira, las propagandas de las radios son cazabobos de colegas
inescrupulosos que solo pretenden robar algunas consultas y vender más
espejitos de colores.
O, como en
este caso, la colega, convencida de que lo que hace está bien y debe ser así, le sacude toda la batería de espejitos que hacen viajar a Oliverio
por la India con el yoga, por la China con el tai chi y anfibiamente desde los
pilates al aquagym.
La colega,
irreflexivamente prescribe cosas que no sirven para nada, excepto para aumentar
el riesgo de Oliverio que deberá pedir turnos y venir todos los días a que le
pongan una plaquita caliente en la espalda o se la retuerzan orientalmente o lo
sumerjan en una pileta llena de agua y de viejos esperanzados.
Oliverio
deberá, en el mejor de los casos tomarse un taxi, bajar en calles con autos en
doble fila, colectivos desbocados, ambulancias, taxis, motociclistas, baldosas
flojas y soretes de perro. Luego de esperar una horita y diez minutos de la panacea
salvadora de origen oriental, electromagnético o hídrico, deberá repetir el
calvario para regresar a Villa Urquiza y volver a los cinco o seis días, así,
hasta “completar el tratamiento”.
Todo,
absolutamente todo, es una ridícula insensatez.
Insensatez
que pretende unir el inconsciente deseo de eternidad por parte de los Oliverios
y sus hijos y el “todolopodemos” de una medicina irreflexiva, berreta,
mentirosa y de mala calidad.
No estoy
diciendo ni proponiendo lo que proponen algunos: “acostúmbrese a convivir con
el dolor”. El dolor es demasiado fiero para convivir con él. Pero hay métodos y
métodos de encararlo. Muchas veces,
muchas… no podremos resolver su causa. Simplemente debemos tratarlo.
La vida no
es eterna. Llega un momento, el momento de Oliverio, en que nada alcanza, todo
es insuficiente. Es el momento en que nuestra furia intervencionista se debe
mirar en el espejo de la sensatez y decir “hasta acá llegamos”. El momento en
que, quienes lo entendemos así, solemos quedarnos sin paciente. Se cambiarán de
médico porque “el doctor ya no es el de antes”, cuando en realidad, Oliverio ya
no es el de antes. Pero es mucho más fácil mentir la esperanza que comunicar la realidad.
Dentro de
pocos días, me cruzaré con Oliverio y sus hijas (ya serán dos las que lo
acompañarán en sus excursiones salvadoras). Bajarán la mirada y no me
saludarán, estarán en manos de un nuevo médico, brioso corcel que iniciará
nuevos estudios, propondrá nuevos tratamientos y nuevas esperanzas.
La medicina
es mucho, muchísimo más limitada que lo que la gente cree o lo que los
médicos pretenden que parezca. La gente y los médicos suelen creer que el ser
humano vive cada vez más por la medicina. No es así. La medicina contribuye muy
poquito a mover la aguja de la longevidad y la mueve solo para los que tienen
acceso a ella. Hace poco, dije esto en una mesa y un profesor de la facultad
casi se levanta y se va de la indignación. Todavía debe estar pensando que soy
un hereje y un burro. Sin embargo, es así profesor. La aguja de la longevidad se mueve por
otras cosas, en el África subsahariana la gente vive treinta y cinco años
porque no hay agua, ni alimentos y porque hay guerras. Después llega la
educación, después, recién después, los antibióticos y los médicos.
No reniego
de la medicina, creo conocer sus límites y detesto sus exageraciones, falacias y espejitos de colores.